Por Raúl Wiener.
Recordando al parlamentario, investigador y escritor que se gano el respeto de todos los sectores de la política nacional
Al final de la primera legislatura del nuevo Congreso de 1980, los senadores que se habían estrenado hacía muy poco, fueron informados por la mesa directiva, manejada por la coalición AP-PPC, que muy pronto llegaría un lote de autos Daihatsu que serían distribuidos entre la representación nacional, por lo que deberían inscribirse ante la oficina de administración. Unas semanas después estaba con Carlos Malpica Silva Santisteban y le pregunté si ya le habían entregado su carro nuevo y me contestó que no se había inscrito.
Un poco desconcertado le insistí para que me aclarara su actitud y me dijo que había hablado con Sandro Mariátegui y Ricardo Monteagudo, dirigentes de Acción Popular y les había preguntado por los carros que se habían reservado para ellos. Le dijeron que eran iguales para todos. Entonces, ¿por qué ustedes no están inscritos?, fue su segunda interrogante. Y mirándome, me dijo espérate para que veas qué carros se traen para ellos. Dicho y hecho. Poco después se repartió entre la junta directiva y los miembros de las bancadas oficialistas unos automóviles Chevrolet del año, con mucha mayor prestancia que los pequeños Daihatsu. El único senador de oposición que recibió del lote final de importación fue Carlos Malpica.
Yo los conozco, me dijo orgulloso, y sonriendo apuntó: sólo a Breña se le ve bien en el Daihatsu.
El Observador
En mayo de 1982, el diario que creara Luis León Rupp para competir con El Comercio, pasó a manos de sus trabajadores que llevaron por dos años una lucha heroica por la sobrevivencia. Gran parte de esa resistencia en defensa del trabajo y la libertad de expresión fue acompañada por Malpica que iba con los directivos de la Cooperativa a las más difíciles gestiones para conseguir que las empresas eléctricas no nos apagaran la luz, la empresa del agua no nos secara los caños y la compañía de teléfonos nos mantuvieran las líneas a pesar de los atrasos de pago.
Cuando hablábamos con los gerentes Carlos pedía la palabra y lanzaba una perorata sobre el bien mayor que era la libertad de expresión y que los funcionarios de empresas del Estado no podían actuar contra ella. Y lográbamos plazos adicionales, no tanto por la libertad de expresión, sino por el miedo que tenían al autor de “Los dueños del Perú”. Un día fuimos los dos a los registros públicos para acelerar una inscripción que teníamos empantanada hacía meses, sin ningún motivo, o quizás porque a alguien le interesaba entramparla. Pero Malpica no le habló de nuestro caso al jefe de los registros y los funcionarios que lo acompañaban. Más bien les pidió una serie de informes que le estaban debiendo.
Los aludidos empezaron a temblar delante de mis ojos y ofrecieron para esta semana, los siguientes día o para mañana, cada uno de los puntos solicitados, Después de eso nos paramos y nos dirigimos a la puerta y en el momento de la despedida dijo algo así como: Ah, antes que me olvide, a ver si le da una mano a mi amigo con una inscripción que está demorada varios meses. Sí, senador, como no, despreocúpese. Y la verdad que la inscripción nos fue notificada esa misma tarde.
El número 57
En 1985 la Izquierda Unida ya era una fuerza en franco ascenso. Barrantes era alcalde de Lima y habían muchos otros alcaldes izquierdistas a nivel nacional. Se venían las elecciones presidenciales y parlamentarias, y como santa solución a los pujos y tensiones que se producían para definir las listas, se anunció que habría una votación de todos los militantes de los partidos integrantes de la IU, para definir el orden en que los candidatos al Senado (votación nacional) y a la Cámara de Diputados (votación por departamento) irían en las listas. Se convocó entonces a elecciones internas.
Malpica fue uno de los precandidatos y en esa condición logró el mayor número de votos. Pero de inmediato se supo que el Comité Directivo había reservado los diez lugres iniciales a los secretarios generales de los partidos y personalidades invitadas y que los elegidos correrían a partir del once. Hubo protestas y malestar en las bases que dijeron que era lo mismo de siempre. Evidentemente tampoco a Malpica le gustó la gracia. Pero, como solía hacer, apeló al buen humor. Como le ofrecían el número 11 o si quería el 60, al final de la lista, respondió pidiendo que se dejara escoger un número con la condición de que fuera respetado.
Así en plena reunión entre dirigentes de los partidos y candidatos propuso el número 57, que era según él, el de más difícil recordación, y añadió que con ese número saldría elegido. A mi no me convencía la jugada, y por esos días llegué a romper el acuerdo del PUM (Partido Unificado Mariateguista) de votar cerradamente por Javier Diez Canseco y otro más, y escribí en mi columna que había que votar por el 57 y el 45 (Letts), para darle la contra a la dirigencia nacional de IU que maltrataba a personalidades de primera línea.
El hecho es que el 57 funcionó, tanto que Carlos Malpica llegó segundo en la votación nacional después de Javier que llevaba el número 3. En el año 1990, volvió al Senado sin saber que era su última vez. En 1992, fue el golpe de Fujimori, y Carlos y sus colegas fueron despojados de los mandatos que le otorgó el pueblo. Para entonces su corazón estaba cada vez más afectado. El 15 de noviembre de 1993, un ataque fulminante se lo llevó de este mundo, al cual le dejó un obra de investigación en la que destacan títulos como “Guerra a muerte al latifundio”, “Crónica del hambre en el Perú”, “El mito de la ayuda exterior”, “Los Dueños del Perú”, “Anchovetas y Tiburones”, “Petróleo y Corrupción”, “El antiimperialismo y el APRA y los contratos petroleros”, “El Poder económico en el Perú” (tres tomos), y su libro póstumo “Pájaros de alto vuelo”, sobre la corrupción del primer gobierno de Alan García.
Despedida
La última vez que ví a mi amigo Carlos Malpica fue en septiembre de 1992, durante el III Congreso del PUM, al que acudió para invocarnos que permaneciéramos unidos y se despidió asegurando que se habían renovado sus esperanzas. Lamentablemente no escuchamos ni entendimos su mensaje. Al año siguiente nos habíamos separado en dos grupos. Pero nos volveríamos a encontrar el día de su velorio. Pensé entonces que le habíamos fallado. Veintiún años después la izquierda todavía tiene una deuda con este gran investigador del Perú que era a la vez la persona más sencilla y afable que se podía encontrar.
09.02.14