jueves, 27 de septiembre de 2007

Un lugar menos para la sonrisa: Falleció Marcel Marceau

Un lugar menos para la sonrisa: Falleció Marcel Marceau

Por: Fausto Triana

París, 23 sep (PL).— El mundo tiene hoy un lugar menos para la sonrisa inteligente: ha muerto Marcel Marceau.

Reconocido como el más grande mimo del mundo y posiblemente de la historia, Marcel Mangel, nacido en Estrasburgo, Francia, en 1923, falleció a los 84 años de edad, rodeado de sus seres más queridos, ayer sábado en un lugar no precisado.

Creó muchos personajes emblemáticos, al calor de su inspiración en figuras internacionales del cine mudo como Charles Chaplin, Buster Keaton y Laurel y Hardy, pero tal vez Bip fue una suerte de alter ego con su rostro de payaso y chistera desvencijada.

Alumno de la escuela de teatro "Sarah Bernhardt" de París, donde tomó cursos de pantomima de Etienne Decroux, Marceau hizo célebre entre sus obras de un vasto repertorio Adolescencia, madurez, vejez y muerte.

"Logró en menos de cinco minutos lo que la mayoría de los novelistas hacen en volúmenes", dijo un crítico francés fascinado con ese poder de síntesis y expresividad que siempre caracterizó a Marceau.

Sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, donde se alistó con las tropas aliadas, Bip, como llegaron a llamarle cariñosamente por su entrañable personaje, descolló también por sus papeles en El fabricante de máscaras y El jardín público.

Para quienes lo vimos actuar, Marceau tenía el don de convocar a una sonrisa reflexiva y profunda, hurgaba en las nostalgias del alma sin ser demasiado incisivo y terminaba siempre con un mensaje cuando menos conmovedor sin dramatismos.

Después de recibir en 1948 el premio Deburau (en memoria de Pierrot), uno de los tantos en su carrera, fundó su compañía de pantomima y se presentó en los mejores teatros de París, Europa, Canadá y América del Sur, y más adelante en Estados Unidos.

Desde Bip, hasta un camarero malhumorado, un domador de leones o una mujer que teje, era de esos artistas que conquistaba al público a primera vista o provocaba bostezos.

Generalmente encantaba, como lo hizo en su gira de despedida a los 82 años de edad, todavía con una increíble versatilidad histriónica de la mímica por Cuba, Colombia, Chile y Brasil.

Cuba es ya parte de mi historia, dijo emocionado en La Habana cuando los espectadores no parecían dispuestos a poner fin a una larga ovación tras una de las impecables actuaciones de Marcel Marceau.

Marcel Marceau: nunca olvidaré a Cuba

Por: Anubis Galardy

Cuba es ya parte de mi historia personal, afirmó en septiembre de 2005 un emocionado Marcel Marceau, a modo de despedida de la isla a la que llegó como parte de su gira mundial, para ofrecer una actuación gratuita.

No voy a olvidar nunca a Cuba, insistió ante una sala repleta de público -en su mayoría actores, bailarines y estudiantes de arte-, en el Gran Teatro de La Habana, donde rompió su silencio para hablar de la gramática corporal que le enseñó su maestro Etianne Decroux.

Todo arte necesita una gramática para poder expresarse -dijo. Si no se posee, el arte no fluye. La danza la posee. Alicia Alonso, añadió refiriéndose a la prima ballerina assoluta y directora del Ballet Nacional de Cuba, es una maestra formada en esa gramática expresiva.

Antes Marceau, quien sostuvo ese 13 de septiembre a brazo tendido a los espectadores en esa sala -donde pulsó las emociones con la delicadez de un cirujano o un poeta- quiso mostrar a su personaje más universal.

Ese Bip que ya forma parte de la memoria colectiva, en dos secuencias no vistas aquí hasta ese momento. Después de eso se declaró dispuesto a responder todas las preguntas que el auditorio quisiera.

La idea de la convocatoria era que Marceau ofreciera una clase magistral, pero aseguró que no podía abordar, ni mucho menos ahondar ni desplegar la gestualidad del mimo en apenas dos horas. Ni siquiera en un día o en una semana, sentenció.

Ante una improvisada pantalla surgió Bip y el circo ambulante con toda la gradaciones que el artista era capaz de imprimirle al silencio, desde la sutileza hasta la gracia absoluta, la caricatura o el humor a ras de tierra.

Después llegó Bip en la vida moderna y futura, donde el personaje se convirtió en un ser humano de carne y hueso que anda su propio camino, transitó de la poética de la belleza a la angustia.

De un mundo sobre el cual gravita la amenaza atómica hasta las raíces mismas del ser humano.El hombre perdido en el tiempo a través de la ilusión del espacio, retrocediendo a lo más primitivo aunque aparente que avanza, yendo al fondo de una caverna, quizás esa misma de la que hablara el escritor portugués José Saramago.

Yo trabajo el silencio para sacar a flote mi mirada interior y también el mundo que me rodea. Mi arte nace de la profundidad. Lo que ofrezco son metáforas. Un artista encierra en sí mismo el bien y el mar y eso fluye hacia el exterior convertido en metáfora, dijo.
Fue la lección imperecedera que transmitió a los cubanos.


Su Bip es tan terrenal como espiritual. Lo extrajo de la novela Grandes esperanzas, de Charles Dickens, y lo alimentó con los nutrientes de la comedia del arte, del Charlot de Chaplin, de Buster Keaton, de Laurel y Hardy.

En suma, de la inmensa galería del cine silente. Y le insufló su sangre.

Marcel Marceau es un mago y nadie duda de que su magia se cumplía en cada función como un ritual asentado en fuertes pilares orgánicos. Su alter ego, Marceau, lo hace renacer cada día para emanciparlo cada vez y emanciparse el mismo.

Aquel día sostuvo una y otra vez que todo lo que es se lo debe a su maestro Decroux, quien investigó a fondo los resortes del movimiento, las posibilidades expresivas del cuerpo, de la cabeza a los pies, y codificó 32 posturas sólo para las manos.

Alguien dijo que desde la época de Miguel Angel nadie ha tenido manos tan expresivas como Marceau. Un elogio tan temerario como cierto, pero el mimo francés siempre subrayó que él se proponía hablar con todo su cuerpo.

Lo de las manos se lo atribuia también a Decroux, que a su vez -afirmaba- fue influido poderosamente por Rodin y Miguel Angel. Cualquiera se atreve con tan ilustres antecedentes.
A los 84 años, que tenía cuando murió el sábado último en París, Marcel Marceau seguía, y sigue aún, sentado firmemente en el trono que él mismo se erigió a fuerza de sensibilidad y de genio.
Ahí permanecerá rodeado de sus hallazgos estéticos, de la pequeña legión de sus personajes que él hace surgir de la nada con un simple chasquear de los dedos.


La imagen que dejó en La Habana fue la de un hombre de cabellera encanecida y cejas hirsutas como una selva ignota, pero debajo sus ojos de un verde incandescente. Los ojos de un hombre joven.

Marcel Marceau es Marcel I, el rey, cuando sube a un escenario. De él fluye la música y la plasticidad como un encantamiento. No necesita la palabra. Su reino es el del silencio. El de la poesía en su estado más puro y perdurable.