Por Luis Gárate*
Mientras en Honduras las clases dominantes asestan un golpe de estado reaccionario a un tímido proceso de cambios democráticos, en nuestro país el presidente Alan García plantea un escenario de declaratoria de guerra a las fuerzas populares. No es coincidencia que en el escenario latinoamericano actual, donde se fortalecen los procesos progresistas y antiimperialistas de cambios, la derecha y los grupos de poder económico traten de articular estrategias de contraofensiva.
Lo intentaron hacer con el golpe de estado al gobierno de Hugo Chávez el 2002, lo hicieron el año pasado en Bolivia con los intentos separatistas, no dudaron en promover la inestabilidad en los procesos del Ecuador, Nicaragua y Guatemala.
Ahora los sectores más retrogradas de las fuerzas armadas hondureñas- formadas en las doctrinas anticomunistas de la Escuela de las Américas- junto a la partidocracia, iglesia conservadora, el gran empresariado, los medios de comunicación y sus aliados no han dudado en aislar a Honduras de toda la comunidad internacional contar de evitar que el presidente Manuel Zelaya consume lo que consideran una “avanzada chavista”.
Mientras en escenarios como el ALBA, el SICA, la OEA y hasta la ONU se pronunciaban unánimemente en respaldo a la defensa de la democracia y del retorno inmediato de Zelaya al poder, nuestro siempre ponderado presidente hacía un llamado a los peruanos de “buena fe” a que cierren filas con su modelo neoliberal, a que se expresen y se manifiesten contra los “estatistas” y los “antisistema”.
Toda una paradoja, que mientras la crisis capitalista está provocando mayor intervención de los estados en la economía, García insiste mesiánicamente en que su recetario neoliberal hará de nuestro país “una gran potencia” y que según él es y será la envidia de muchos otros países de la región.
El caso hondureño, que de no resolverse pronto podría sentar un peligroso precedente para la región, así como el llamado de García a una radicalización de la respuesta de la derecha peruana, nos debe poner en alerta y nos conmina a ampliar nuestro espectro de acción e influencia.
Sabemos que el Partido Aprista a través de diversos programas del gobierno está buscando presionar y movilizar a sectores populares, como en los asentamientos humanos a través de promesas de solución de sus problemas. No dudarán en movilizar contingentes encabezados por sus “bufalos”, si es necesario hasta confrontarlos al pueblo organizado que seguirá rechazando la represión aprista.
Es este escenario que no solo debemos fortalecer la unidad y centralización de las organizaciones políticas y sociales en espacios como el Frente por la soberanía y la vida, sino debemos desplegar iniciativas y más espacios de difusión de ideas y de propuestas programáticas.
La tesis de Antonio Gramsci de la construcción de un bloque histórico adquiere así plena vigencia. El ejemplo latinoamericano nos enseña que es vital contar con la movilización de amplias capas de la población más allá de la vanguardia obrera, y crear los medios para romper con el dominio mediático de la reacción.
Es por ello que es esencial construir el sujeto político, la propuesta y el discurso de cara a los problemas más acuciantes de la gente, tener el programa y las estrategias para atenderlos y vincularlos al esquema de cambios profundos como es la necesidad de una refundación republicana con una asamblea constituyente. La batalla de ideas y la construcción de alianzas amplias con otros sectores ciudadanos nos permitirá sentar las bases de una verdadera alternativa de gobierno del cambio en nuestro país.
* Periodista y militante de la JotaCé- Patria Roja.
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