Por Julio Yovera B.
“Baja a la tierra, Serpiente Dios, infúndeme tu
aliento; pon tus manos sobre la tela
imperceptible que cubre el corazón. Dame tu fuerza,
padre amado
(José María
Arguedas, fragmento de su poema - canción A nuestro Padre Creador Túpac Amaru)
La memoria de los pueblos de
la patria corre el riesgo de debilitarse cuando pasa por alto hechos
trascendentes que tienen que ver con su larga historia de lucha por su
liberación y su dignidad; ello se debe, en parte, a la ofensiva de las clases
sociales dominantes y reaccionarias, que atacan en todas las líneas, “de frente,
de perfil, por la espalda”, y, en parte, porque los sectores populares carecen
de un espacio, de un foro, donde se cultiven ideas y forjen valores de
reconocimiento y de gratitud a nuestros héroes y líderes. Con esta modesta
contribución, nos sacudimos un tanto del episodio de la coyuntura, y nos
centramos en lo que debe ser no solo el imaginario, sino el ideario popular.
Veamos.
El sacerdote católico Fray
Bartolomé de las Casas, en su obra “Brevíssima relación de la destruyción de
las Indias”, recoge un testimonio espeluznante de Fray Marcos de Niza, de la
orden de San Francisco: “yo mismo vi ante mis ojos a los españoles cortar
manos, narices y orejas a indios e indias, sin propósito, sino porque se les
antojaba hacerlo, y en tantos lugares y partes que sería largo de contar. E yo
vi que los españoles les echaban perros a los indios para que los hiciesen
pedazos, e los vi así a perrear a muy muchos. Asimesmo vi yo quemar tantas
casas e pueblos, que no sabría decir el número según eran muchos. Asimesmo es
verdad que tomaban niños de teta por los brazos y los echaban arrojadizos
cuanto podían, e otros desafueros y ccrueldades sin propósito, que me ponían
espanto, con otras innumerables que vi que serían largas de contar” (1)
Toda esta agresión sin
nombre (habría que crear otra palabra porque la
denominación de genocidio queda corta) fue suceso cotidiano, cometido
por los invasores a nombre de su cultura occidental y cristiana, y con el único
propósito de saquear el oro y la plata, que apetecían con una angurria que no
se saciaba nunca. Era el saqueo, el exterminio de un sistema feudal foráneo
contra nuestros pueblos ancestrales.
Nuestras viejas culturas, por
siglos libres de opresión extranjera, devinieron en colonia, pero no se piense
que nuestros ancestros fueran conformistas y que aceptaran con resignación su
destino, pues, no. Desde el momento que
los invasores ingresaron, empezó a conspirarse contra ellos. Ya en 1537, Manco
Inca, Sayri Tupac, Titu Cusi, Tupac Amaru I, se levantaron. Cierto. Fueron reprimidos
cruelmente y derrotados, pero no se apagó la luz de la rebeldía. En 1742, se
produjo el gran levantamiento de Juan Santos Atahualpa, el Guerrillero del Gran
Pajonal, quien propinó derrota tras derrota al invasor. Murió en 1761 y nunca
fue ni apresado ni vencido por el poder hispano.
Conforme devinieron los
años, algunos dignos caciques intentaron gestionar, a través de la vía pacífica,
con recursos legales, memoriales y documentos, mejoras a la situación de los
nativos, que morían en las mitas y obrajes, extrayendo el metal precioso que
iba a las arcas del Imperio. Uno de esos gestores fue Blas Túpac Amaru, quien a
mediados de 1775 se embarcó con destino a España, a gestionar derechos para los
suyos. Buena intención pero “El hecho es que en el trayecto de ida a la
península, Blas Túpac Amaru fue asesinado en circunstancias que nunca llegó a
esclarecerse” (2)
Nada había que esperar de
los opresores. Bajo determinadas condiciones, la suerte de los pueblos
dominados, de los hombres esquilmados y humillados, no reposan ni en papeles, ni en procedimientos
administrativos o legales. José Gabriel Condocanqui, cacique de Tungasuca, Pampamarca, Surimana, lo supo después que sus
reclamos fueron desoídos por un poder indiferente. Llegó entonces a la conclusión
que solo le quedaba el camino de la rebelión. En efecto, junto con su compañera
y allegados, emprendió la lucha libertaria, teniendo el apoyo de una masa que
se unía bajo su liderazgo y en pos de un programa que ofrecía dignidad y
libertad para todas las etnias y sectores sociales.
Túpac Amaru II contagió
rebeldía al pueblo y en ese proceso fue organizándose, consciente que la lucha
tiene futuro solo si se apoya en las masas. En todo momento, el líder
revolucionario, contó con el apoyo de su esposa y compañera Micaela Bastidas,
de toda su familia, además de algunas
personalidades bien posesionadas económicamente.
Mantuvo en jaque al poder
imperial y tuvo victorias. Su hazaña impactó en las conciencias, sobre todo
después que declaró abolido en la plaza de Tungasuca, el 10 de noviembre de
1780, los impuestos las alcabalas, las mitas y las aduanas. El bando fue dado
en conocer a las poblaciones en los idiomas español y quechua. Había empezado
la gesta libertaria de los de abajo y de todas las culturas. Meses de victorias.
Finalmente fue apresado, cuando buscaba extender la rebelión; esto aconteció en
los primeros días de abril de 1781 (3)
Destaco dos hechos: su
extraordinaria grandeza para soportar la tortura con el único fin de mantener
en silencio el nombre de sus aliados y colaboradores anónimos. El otro, la crueldad
demencial de los colonialistas, quienes impusieron al Estado Mayor de la
sublevación, a la familia del cacique y al propio Túpac Amaru, las más impensables
atrocidades.
El 17 de mayo de mayo de
1781, fue ejecutado. “Habiendo el indio y su mujer visto con sus ojos ejecutar estos
suplicios (los de sus colaboradores, nota de J.Y.) hasta de su hijo Hipólito,
que fue el último que subió a la horca, luego subió la india Micaela al
tablado, donde asimismo, a presencia del marido se le cortó la lengua y se le
dio garrote, en que padeció infinito, porque teniendo el pescuezo muy delicado
no podía el torno ahogarla y fue mester que los verdugos, echándole lazo al
pescuezo, tirando de una y otra parte y dándole patadas en el estómago y
pechos, la acabasen de matar. Cerró la función el rebelde José Gabriel, a quien
se le sacó a media plaza. Allí le cortó la lengua el verdugo, y despojado de
los grillos y esposas, le pusieron en el
suelo, atáronle a las manos y pies cuatro lazos, y asidos éstos a la cincha de
cuatro caballos tiraban cuatro mestizos a cuatro distintas partes. Espectáculo
que jamás se había visto en esta ciudad. No sé si porque los caballos no fuesen
muy fuertes o el indio, en realidad, fuese de fierro, no pudieron absolutamente
dividirlo, después de un largo rato lo tuvieron tironeando, de modo que le
tenían en el aire en un estado que parecía una araña, tanto que el Visitador
(José Antonio de Areche, nota de JY), movido de compasión, porque no padeciese
más aquel infeliz, despachó de la Compañía (desde donde dirigía la ejecución)
una orden, mandando le cortase el verdugo la cabeza, como se ejecutó” (4)
Lo que vino después ya se conoce, su cuerpo fue
cercenado y llevado a diferentes lugares, como escarmiento para que el pueblo
no se atreva a levantar jamás. Sin duda, la vieja táctica de paralizar al
adversario infundiéndole miedo. Inútil aspiración de los opresores, 40 años
después, independientemente del limitado proyecto de los criollos, se acabó la
vieja forma de dominación española, Túpac Amaru II es el símbolo
que encarna el espíritu de la independencia, de la autonomía de los pueblos y es
patrimonio de todos los que luchan por un mundo mejor. Su mejor legado es el de
haber levantado bien alto el derecho de los pueblos y las naciones a su
auténtica y definitiva liberación.
Por eso, poetas como
Alejandro Romualdo Valle, han contribuido a hacerlo imperecedero, mortal e
inmortal, real y mítico. El poeta nos dice en su “Canto Coral a Túpac Amaru,
que es la libertad”, que después de todas las torturas, de todos los empeños
por callarlo, por desaparecer su cuerpo y su memoria, igual que el Cristo:
Y no podrán matarlo.”
En efecto, Túpac Amaru vive y este es una forma de celebrar su vigencia.
Citas Bibliográficas:
1.- De las Casas, Bartolomé. Brevíssima relación de la destruyción de las Indias, página 176, Editorial EDAF, S.A. Madrid España, 2005.
2.- Roel, Virgilio. Historia del Perú, Perú Republicano, Tomo VI, página 18, Editorial Juan Mejía Baca, Lima, Perú, 6° Edición, 1985.
3.- Ob. Cit. Página 30.
4.- Ob. Cit. Página 31.
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