Por Alberto Moreno
Se atribuye a Confucio la sentencia: “Pronto aparecerán problemas si no se piensa en un plan de largo plazo”. Sabia desde luego y probada por la experiencia una y otra vez.
Próximo al año de haberse instalado en palacio de gobierno el Presidente García, cargado de promesas incumplidas y, más bien, animado por un estilo efectista, locuaz y demagógico, debe sentir el peso de la sentencia confuciana.
En efecto, pasada la primavera se abre camino el otoño, y la expectativa inicial se convierte en decepción, luego en rechazo airado de una población que esperaba cambios en el manejo económico y social y sólo encuentra más de lo mismo.
Burlado una vez más no le queda otra respuesta que el de las calles, pues la oposición en las esferas del poder es virtualmente inexistente. Para que te escuchen debes gritar. Y para que el grito sea suficientemente fuerte debes sumar el de muchos. Eso es lo que viene ocurriendo: primero en Ancash, luego en Loreto, Ucayali y Madre de Dios, más tarde en Puno y Arequipa, el magisterio, mineros, salud. Los eslabones de la cadena apenas comienzan a moverse. En todo caso lo que le falta es articularse en torno de una propuesta alternativa nacional, dejar atrás el espíritu de aldea, evitar quedarse en la mera reivindicación local o de sector cuando los problemas exigen respuestas integrales y unitarias. En otras palabras: agarrar la cadena en su conjunto y no quedarse en el eslabón.
La promesa neoliberal ofreció un país con prosperidad, trabajo y bienestar, luego de la pavorosa crisis a que nos llevó el primer gobierno aprista. El fujimorismo se encargó de ponerlo en práctica con mano de hierro. Abrió las puertas a la inversión externa con todas las ventajas para ésta, desmantelo el Estado privatizando hasta los sueños de las personas, eliminó derechos básicos de los trabajadores para supuestamente hacer más competitivas las empresas, corrompió a niveles jamás visto los organismos del Estado. Y el desarrollo prometido sigue ausente, la migración de compatriotas fuera del país no se detiene, la pobreza hace estragos, la educación y la salud se convierten para muchos en una aspiración inalcansable.
Como si todo esto fuera aún poco se sostiene, hasta el cansancio, que vivimos un período de bonanza, que hay dinero, que tenemos un crecimiento sostenido de 6 años. En parte es cierto. Lo que no se dice es que ese crecimiento es volátil, que se alimenta no de la expansión sana de la economía del país sino del crecimiento de los precios de las materias primas que exportamos, que no genera suficientes puestos de trabajo ni mejora de los salarios, que se apoya en el saqueo de nuestros recursos naturales.
Crecimiento de la economía no es sinónimo de desarrollo. Además, ¿quién o quienes se benefician con ese crecimiento? Pocos, sobre todo las transnacionales. La ganancia de las empresas mineras en el 2006, por ejemplo, superó largamente los 10, 000 millones de soles. ¿Cuánta de la riqueza generada se desplazó hacia los pobres y los excluidos, que constituyen la mayoría de la población nacional? muy poco. Esto lo siente el pueblo que sufre, el joven que no encuentra trabajo, el jubilado que recibe un sueldo de hambre, la madre de familia que no tiene cómo asegurar el alimento para sus hijos, el niño desnutrido con un futuro impredecible.
El presidente García y la alta cúpula que maneja el gobierno decidieron continuar el camino perverso iniciado por Fujimori. Se explica así la santa alianza tejida con la derecha conservadora y el fujimorismo. El sendero neoliberal es inviable para el Perú y sus resultados están a la vista.
El discurso demagógico puede confundir un momento, pero no por siempre. Las promesas pueden ser incumplidas, pero el pueblo no olvida. Los juegos artificiales pueden deslumbrar, pero no quitan el hambre.
El programa que aplica el gobierno es receta conocida y de corto plazo. Se ahoga en sus propias trampas. El largo plazo significa llevar a cabo grandes cambios para reorientar una historia de frustraciones y derrotas, para abrir un nuevo curso para el país, para sentar las bases de un desarrollo sostenible y sostenido en el tiempo. En otras palabras, iniciar un modelo de desarrollo en cuyo centro estén las mayorías hoy excluidas, que implique peruanizar al Perú, que dejemos de ser esencialmente productores de materias primas y que seamos capaces de transformarlas para exportar productos elaborados, y que la acumulación interna sirva al desarrollo nacional en lugar de fugar al exterior como pago de una deuda externa impagable, desembolso por tecnología, o exportación de capitales y remesa de utilidades.
El pueblo se alza a la lucha, y bien que lo hace. Es una lucha justa aunque traten de desacreditarla para legitimar represiones. Ya suman varios los muertos y las medidas autoritarias, en nombre del orden, empiezan a mostrar las garras. Pues bien, la democracia no es sólo votos, es también el reconocimiento del pueblo a defender sus derechos, su dignidad, su voluntad de cambiar las cosas, sobre todo en un país cuyas instituciones como el Congreso o el Poder Judicial se caen a pedazos manchados por la corrupción, la ineficacia o los privilegios.
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