miércoles, 30 de enero de 2008

Para Estudiar

Apuntes para una memoria y Sucintas Reflexiones sobre qué hacer


"Leer a Gramsci en el siglo XXI, o releerlo, es una aventura intelectual. Han de emerger de allí nuevos destellos, nuevos resplandores. Él nunca pensó limitarse a interpretar el mundo sino, como había instado Marx en las tésis sobre Feurbach, buscó cambiarlo".


Por: Jorge Arrate




En los últimos meses de 1973 militantes que el 11 de septiembre estábamos fuera de Chile convergimos en Roma por encargo de nuestros partidos, para representarlos en Chile Democrático, el centro coordinador de la solidaridad internacional. Allí disfruté intensamente L’albero del riccio, una colección de cartas escritas desde la prisión por Antonio Gramsci a sus hijos, a su esposa y a su cuñada, la mayoría en la forma de cuentos infantiles. Las leíamos a nuestros propios hijos, en un ejercicio colectivo de aprendizaje del italiano, así como también en esos días les enseñaríamos a cantar ¨Bandiera Rossa¨ con sus pequeños puños en alto, mientras las multitudes a través de toda Italia gritaban ¨Cile libero¨, ¨Cile rosso¨, ¨Cile rosso¨… Casi nadie sabía que Allende y el FRAP, el Frente de Acción Popular, habían usado esa melodía para su himno durante la campaña presidencial de 1964.

Pero mi primer contacto con Gramsci había sido en Chile, antes del golpe, cuando Osvaldo Fernández publicó un pequeño libro titulado Machiavello y Gramsci, que contenía las famosas ¨Notas sobre Machiavello¨ y un prólogo del propio Fernández. Me resultó, recuerdo, más accesible el prólogo que aquellos fragmentos algo crípticos escritos en la cárcel, desordenadamente, sin un plan predeterminado y preciso.

Hablo de una época en que quienes dedicábamos buena parte de la vida a la militancia poseíamos alguna formación teórica. Si bien el activismo y el acervo ideológico no siempre iban de la mano, la política y el desconocimiento, la ignorancia o el desprecio por la historia o por la teoría tampoco, a diferencia de lo que pareciera ocurrir hoy con muchos de los directivos políticos que más se proyectan en los medios. Era un tiempo en que Marx y Engels acaparaban la atención, junto a Lenin y al ¨marxismo-leninismo¨, cuya influencia iba más allá del Partido Comunista hasta alcanzar al Partido Socialista y al MIR y también al MAPU, que había transitado con rapidez de concepciones comunitarias cristianas a una cierta ortodoxia. Ernesto Guevara y su concepción del ¨foco¨ había conquistado un espacio en la izquierda chilena, el trotskismo continuaba influyendo en grupos pequeños fuera y dentro del Partido Socialista donde, además, subsistía el atractivo de las elaboraciones yugoslavas de Tito y Kardelj sobre la experiencia autogestionaria. Desde el ¨Oriente¨ --- como hubiera dicho Gramsci refiriéndose a la experiencia rusa --- Mao cautivaba a grupos minoritarios, Ho Chi Mihn suscitaba la admiración colectiva y Kim Il Sung pugnaba por difundir su obra en traducciones que se distribuían gratuitamente sin nunca lograr el impacto deseado. Gramsci, hasta donde recuerdo, sólo en Argentina y Uruguay había tenido una difusión significativa. Allí, antes de su traducción, un mayor conocimiento del italiano había permitido una lectura anticipada.

Sobre la etapa siguiente de la propagación de Gramsci en Chile sólo puedo aportar pinceladas. En los setenta y ochenta, intelectuales como Enzo Faletto, Manuel Antonio Carretón y Tomás Moulian, entre otros, utilizaban instrumentos gramscianos, en particular en sus análisis de las razones de la derrota de 1973. En el exterior la chispa que encendió esos fuegos fue el famoso texto de Enrico Berlinguer, Secretario General del Partido Comunista Italiano, publicado en la revista Rinascita en octubre y noviembre de 1973, llamado ¨Reflexiones sobre los acontecimientos de Chile¨. El espíritu gramsciano permeaba entonces todo el quehacer del Partido Comunista Italiano. Gramsci se había convertido en emblema intelectual, en icono, en inspirador de una nueva política que sería conocida como ¨eurocomunismo¨. La toma de posición política berlingüeriana, con razón o no, era identificada plenamente con las concepciones teóricas gramscianas. Por eso, en el exilio chileno, primero en el italiano, la lectura de Gramsci fue fuertemente impulsada e intermediada por el planteamiento de Berlinguer que terminaba su famoso opúsculo sobre Chile convocando a un ¨compromiso histórico¨ entre cristianos y marxistas, entre la Democracia Cristiana y la izquierda italiana.

Salíamos dolorosa, penosa, sufrientemente, de nuestros debates como Unidad Popular gobernante, y entrábamos a los de la Unidad Popular derrotada y perseguida sin piedad. Uno de los puntos de discusión había sido el diálogo con la Democracia Cristiana, intentado tres veces por Allende, apoyado por el Partido Comunista, criticado por el Partido Socialista que, si bien no pretendía ni podía impedirlo, explicitaba su desconfianza. Berlinguer derivaba de la experiencia chilena una lección, al menos para Italia: la insuficiencia de las mayorías cualitativas, pero no sólo. También la insuficiencia de las mayorías aritméticas, o sea de la cifra mágica del cincuenta y uno por ciento. Se trataba, según Berlinguer, de constituir mayorías muy amplias y para ello era indispensable arriesgarse a dar la batalla diaria por la hegemonía y a constituir amplias alianzas pero sobre la base de disputar una superioridad moral e intelectual y proyectarla a la sociedad en su conjunto. Todo ello en un país cuya estructura económica era capitalista y cuyo estado se había conformado sobre esa base.Pero la Italia democrática, donde florecían miles de activos comités de barrio y un movimiento sindical de poderío impresionante sufrió el flagelo del terrorismo de las Brigadas Rojas y de los grupos neofascistas, el asesinato de Aldo Moro, el impacto de la economía reaganiana y el despegue de un proceso global de mercantilización, la muerte de Berlinguer, la transformación y posterior triple división del Partido Comunista Italiano.

El “compromiso histórico” en su formulación original nunca llegó a realizarse y emergió, en cambio, el “centro-sinistra”, la alianza entre democristianos y socialistas que no incluía a los comunistas y que sucumbió víctima de las denuncias por corrupción y del desmoronamiento cataclísmico del sistema de partidos.Pues bien, en la Roma del 74 y 75 se multiplicaban los textos sobre Gramsci. Surgiría gradualmente un Gramsci estudiado en todo el mundo y objeto de no despreciables matices interpretativos, ¨usos¨, diría el recientemente fallecido politólogo argentino Juan Carlos Portantiero, en el título de su libro de amplia difusión en América Latina. El Gramsci inspirador del “compromiso histórico”, el Gramsci más o menos “leninista”, el Gramsci de la “guerra de posiciones”, el Gramsci hombre de la cultura, preocupado del teatro y las “novelas rosa”, el que cautivaba a los cristianos y aquel que inspiraba a intelectuales de inclinación maoísta, el Gramsci para quien la correlación militar de fuerzas era, en último término, la decisiva. Un fuerte debate sobre la vigencia del marxismo, de un cierto marxismo, estaba en curso, y también sobre la naturaleza de los regímenes de “partido-estado” de Europa del Este. Participaba toda la izquierda y los comunistas italianos no escatimaban las críticas a los regímenes de matriz soviética. Los yugoslavos organizaban grandes encuentros internacionales sobre marxismo en Cavtat, un balneario de la costa adriática. Todos los meses de octubre, ya terminado el verano europeo, convocaban a estas reuniones cuyos materiales recogía posteriormente la revista Cuestiones Actuales del Socialismo. Estuve allí en dos o tres ocasiones y comprobé cómo la atmósfera de comienzos de los setenta en Italia se había expandido a toda Europa.
A Cavtat concurrían soviéticos y chinos, guerrilleros africanos y latinoamericanos y socialdemócratas y laboristas europeos, marxistas ortodoxos, neomarxistas y postmarxistas… El “eurocomunismo” era protagonista principal de esos encuentros. Con él se identificaban, entre otros, los comunistas suecos, ingleses, franceses, españoles, parte de los griegos y el más grande partido comunista de occidente, el italiano. En 1975 extrañó a mis amigos comunistas italianos mi anuncio sobre mi traslado de Roma a Berlín, República Democrática Alemana. Efectivamente, por decisiones partidarias asumí en Berlín la Secretaría de Relaciones Internacionales del PS chileno que había establecido su máxima dirección en esa ciudad, seguramente la única que podía brindar adecuada protección --- el muro y un riguroso sistema de vigilancia --- al Secretario General, quien, como confirmó el tiempo siguiente, estuvo varias veces en la mira de los asesinos de Carlos Prats y Orlando Letelier.

Teníamos nuestra sede, entonces confidencial, en un pueblito en las afueras, en una vieja casona alemana rodeada de grandes árboles. Allí, en mi pequeña oficina, terminé la lectura de los Cuadernos de la Cárcel en la versión preparada por Palmiro Togliatti después de la Segunda Guerra. Antes de partir de Roma, recorrí las librerías y compré muchos de los libros sobre Gramsci disponibles entonces, incluida la edición crítica cuidadosamente elaborada por el Instituto Gramsci.

La República Democrática Alemana tenía méritos indiscutibles como sistema socio-económico, pero no ofrecía una atmósfera precisamente favorable para lecturas de pensadores que no pertenecieran al canon. Leer a Gramsci en aquella casona de las afueras de Berlín podía ser considerado por mis propios compañeros como una extravagancia o una herejía. Para evitar posibles comentarios yo me encerraba en mi oficina y leía los Cuadernos poniendo por delante la revista soviética “Tiempos Nuevos” o la “Revista Internacional” o el “Boletín de la Liga de los Comunistas Yugoslavos” que, aunque herético, era apreciado por los socialistas chilenos.Más tarde compré durante una visita a Roma una segunda copia de la edición togliattiana y me propuse escribir un texto sobre Gramsci. Recortaba esta segunda copia y pegaba las citas en tarjetas que fueron conformando un poblado fichero contenido en dos cajitas de madera que me acompañaron todo el exilio, hasta mi regreso a Chile en 1987. Sólo entonces, sumergido en la vertiginosa actividad política de esos días, en un acto de meditada y penosa decisión, abandoné mi propósito ensayístico y teórico y me deshice de aquellas fichas. Sin embargo, alcancé a publicar, tempranamente, en un acto de osadía, un artículo sobre el revolucionario sardo. Efectivamente, en 1975, mientras vivía en Berlín, la revista Chile-América, publicada en Roma por un grupo de cristianos exiliados, entre otros Bernardo Leighton y Julio Silva Solar, publicó un artículo que analizaba las ¨Notas sobre Machiavello¨ y las proyectaba a la realidad chilena con el ánimo de avalar una amplia alianza entre la Unidad Popular y la Democracia Cristiana. Consideré que el texto era un tanto abusivo, en el sentido que ¨usaba¨ a Gramsci sin contextualizar su escrito y escribí una contestación en la que, sin ir al argumento político de fondo sobre Chile, sostenía lo que me parecía una interpretación más ¨pura¨ de Gramsci y más a la izquierda que el texto que replicaba.El autor del primer artículo era José Antonio Viera Gallo. Como ustedes ven, en cuanto a ubicación en el espectro de las ideas, las cosas no han cambiado mucho… Lo curioso es que en el número siguiente apareció un tercer texto, bajo seudónimo, en que con toda la batería marxista más clásica el autor acusaba tanto a Viera como a mí de abandonar el recto sendero y proponer visiones blandas del marxismo. En este caso las cosas sí han cambiado, ya que quien lo escribió, en aquel entonces un cristiano creyente en un riguroso marxismo-leninismo, es hoy día un exitoso ejecutivo empresarial. El hecho no descalifica sus ideas, ni las de entonces ni las de ahora, pienso; tan solo lo destaco porque, como sabemos, no es un fenómeno aislado, y revela que la batalla por la gramsciana hegemonía pareciera no habernos favorecido en los últimos decenios.Las veleidades gramscianas eran entonces, en los setenta, propias de los exiliados en Europa, y sólo gradualmente convocaron a los chilenos desterrados en América Latina.

En el caso de los socialistas chilenos la discusión de los temas gramscianos, por así llamarlos, tuvo un impulso abierto a propósito de la división socialista de 1979, de la formación de la Convergencia Socialista y de la consolidación de aquello que se conoce como ¨renovación socialista¨. Me refiero a este proceso en su expresión original, que implicó un rescate de viejas ideas socialistas elaboradas especialmente por Eugenio González y Allende, en cuanto a la democracia, y una asunción del debate europeo occidental sobre la relación entre democracia y socialismo.

Los fenómenos políticos que a partir de los noventa generó la “renovación socialista” me parecen, como he señalado repetidas veces, más propios de etapas que, aunque disguste a algunos, he propuesto denominar “post renovación” y “ultra renovación”.De esta manera, particularmente la postura berlingüeriana tuvo un impacto importante en la llamada “renovación socialista”, si bien no fue la única influencia externa. También influyeron la atmósfera general del debate marxista internacional, las visiones socialdemócratas asociadas a la transición española y al “centro-izquierda” italiano y, finalmente, la “perestroika” gorbachoviana. Me he preguntado si acaso esta asociación entre “renovación socialista” y Gramsci es real o es sólo una racionalización. Como acabo de señalar hubo también, sin duda, una influencia socialdemócrata. Sin embargo, era mucho más complejo para los socialistas chilenos reconocer esta última, mientras la visión “gramsciana” o “eurocomunista” tenía un origen mucho más anclado en la matriz común de la izquierda chilena y su tradición teórica. ¿Fue Gramsci, entonces, una coartada, un atajo confortable para reacomodar una política a perspectivas más moderadas y más amplias en su concepción de las alianzas? No lo creo así, pero, a estas alturas sólo puedo responder por mí. En mi caso, Gramsci fue una nueva ventana, sólo comparable a la que, en tiempos de liceo, significó iniciar la lectura de Marx. Un mirador que construía sobre lo ya construído para iluminar otros ángulos, antes insuficientemente examinados.Y en este punto me interno, entonces, en algunas reflexiones, provisorias, siempre imperfectas, sobre el futuro.Una primera es preguntarme cómo leer a Gramsci hoy día.

La lectura que he descrito en mis recuerdos fue hecha en un mundo bipolar, cuando existía la Unión Soviética, el campo socialista y fuertes estados nacionales, cuando la clase obrera y el sindicalismo eran actores sociales de primera línea y el trabajo y el capital se relacionaban de un modo menos desequilibrado que el actual. ¿Cómo nos ayuda Gramsci a pensar la realidad y el cambio de esa realidad en sociedades sobredeterminadas por la cultura mercantil, en que la democracia, como institución de contenido igualitario, es invadida, aplastada, deformada por el mercado, institución por definición no igualitaria?Creo que una cuestión clave es no olvidar la pregunta que, en definitiva, Gramsci pareciera haberse hecho en las cárceles fascistas. Un cuadro representativo es el que presenta la inolvidable película de Etore Scola “Un día especial”, cuando casi toda Roma se viste con camisas negras para ir a la recepción de Mussolini a su regreso de la vista a Hitler en Berlín. ¿Por qué? ¿Por qué obedecían, por qué se sometían? No era sólo ni principalmente por temor al Estado, como aparato especial de represión. Había un asentimiento, activo o pasivo, que era expresión de un fenómeno de supremacía, no de coerción directa. Entender los mecanismos de subordinación resulta indispensable para diseñar estrategias políticas. Y, pienso, es mucho más complejo que el ejercicio de aplicar el blanco y el negro a la realidad en busca de imágenes polares. Al aporte gramsciano, con su concepto de hegemonía, de Estado en sentido amplio, de sociedad civil, de grados de autonomía de la superestructura, es preciso agregar desarrollos posteriores, en particular el análisis de los mecanismos, los fuertes y los blandos, disimulados, muchos, de disciplinamiento y en particular de las formas correccionales establecidas por la vía del mercado.

A pesar de haberse malogrado en su formulación original, la inspiración gramsciana que impulsó a Berlinguer a proponer políticas de alianza de gran alcance, con ambición estratégica, capaces de configurar amplias mayorías, ha sido, en cierta medida, reflejada en el encuentro de las fuerzas progresistas en Italia que ha agrupado desde comunistas a cristianos para hacer frente a la embestida berlusconiana.

En este punto, hay en Chile la posibilidad de retomar algunas formulaciones históricas. Si bien no siempre hubo fórmulas compartidas, tuvo peso la impronta dimitroviana, impulsada en los años treinta desde el movimiento comunista internacional, de la que surgió el Frente Popular triunfante en 1938.
Posteriormente, la concepción del socialista Eugenio González, formulada hace cincuenta años, respecto a la unidad de las “fuerzas de avanzada social”, como él las denominaba, y el planteamiento de Radomiro Tomic a fines de los sesenta, desde el espacio político de matriz cristiana, sobre la llamada “unidad social y política del pueblo”, fueron momentos significativos de esa misma vocación, aún si, a diferencia del Frente Popular, no lograron la concreción que sus proponentes deseaban. En las ocasiones en que ha sido posible constituir bases mínimas para el entendimiento de las fuerzas de avanzada social los resultados han sido importantes.

En 1958 la democracia chilena fue objeto de profundos perfeccionamientos, gracias al acuerdo sobre “Saneamiento Democrático” que alcanzaron las fuerzas de avanzada social en el Congreso, entre ellos una reforma al sistema electoral, maleado por el cohecho que practicaba la derecha, y la derogación de la ley llamada de “Defensa de la Democracia” que ilegalizaba al Partido Comunista.

En 1970 la consagración de Salvador Allende como Presidente en el Congreso Pleno fue posible gracias al entendimiento entre él y Tomic, entre la Unidad Popular y la Democracia Cristiana.

El triunfo del NO en el plebiscito de 1988 y la elección presidencial de 1989 fueron, más allá de diferencias importantes y explícitas que las distintas fuerzas atribuían a esos eventos, momentos de coincidencia de las fuerzas de avanzada social. Una democracia, aunque limitada, fue reestablecida gracias al voto de los partidos de la izquierda y el centro político y muchas organizaciones sociales. La historia posterior ha sido de encuentros fugaces pero decisivos: Lagos y Bachelet, al no alcanzar la mayoría en la primera vuelta electoral, triunfaron en la segunda gracias a la suma de los sufragios de las fuerzas de avanzada social. Si no hubiera sido así la derecha habría accedido al gobierno y alcanzado un poder casi total.

Sin embargo, nuestra democracia continua incompleta, regida por una Constitución que requiere ser reemplazada por una que consagre democráticamente la ciudadanía. El régimen electoral excluye a un sector significativo del país y oligarquiza a los partidos políticos. El sistema --- sus instituciones políticas estrechamente imbricadas con las económicas --- prolonga las extremas e injustas diferencias sociales, a pesar de los positivos esfuerzos de los gobiernos. Los partidos políticos sufren una crisis de representatividad, incapaces de hacerse cargo de la nueva configuración social del país y de los cambios ocurridos en la sociedad chilena. La inmensa mayoría de nuestros jóvenes no confía en la política, en sus dirigentes y organizaciones, ni en los gobiernos, y han perdido confianza en el poder del sufragio universal.

Los desafíos son enormes. Pero todas las fuerzas de avanzada social --- desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista, Fuerza Social, la Surda y otros grupos excluidos del Congreso --- están comprometidas con un ideario democrático. Sería apresurado proponerse ahora grandes y detallados acuerdos o programas y establecer pactos de gobierno, menos aún buscar compromisos estratégicos. Pero es factible proponerse metas mínimas: concordar algunos puntos esenciales e impulsarlos en conjunto.

Para terminar, Gramsci examinó la realidad singular de la Italia social y culturalmente escindida entre norte y sur. Partió de esa constatación, reivindicó lo nacional y popular en la cultura italiana y proyectó lo que Norbert Lechner llamaba “los desafíos culturales de la política”. No estamos desprovistos de una importante tradición en este mismo sentido, desde Luis Emilio Recabarren y su pensamiento enraizado en lo nacional y popular hasta Allende y su “vía chilena al socialismo”, su “revolución con vino tinto y empanadas”. Los grandes partidos de izquierda se insertaron vivamente en el alma nacional y dejaron una profunda huella cultural que explica en buena parte que Chile haya sido un país donde surgió un estructurado y sólido movimiento popular. Pero cada tiempo exige nuevos exámenes, cada momento histórico es distinto de los anteriores. Reconocer hoy, en sus claroscuros, la realidad de Chile y América Latina es una tarea mayor que no admite refugiarse en lo ya sabido, sino que requiere arriesgar en el análisis, explorar nuevos senderos, reconocer las nuevas realidades.

Leer a Gramsci en el siglo XXI, o releerlo, es una aventura intelectual. Han de emerger de allí nuevos destellos, nuevos resplandores. Él nunca pensó limitarse a interpretar el mundo sino, como había instado Marx en las tésis sobre Feurbach, buscó cambiarlo. Con su propia mezcla de pesimismo inteligente, para no confundir deseos con realidad, y de voluntarioso optimismo, para seguir luchando hasta en los momentos más difíciles.