XII SEMINARIO LOS PARTIDOS Y UNA NUEVA SOCIEDAD MOVIMIENTOS SOCIALES Y PODER POPULAR EN LA EXPERIENCIA PERUANA
Alberto Moreno Rojas,
Secretario General del Partido Comunista del Perú - Patria Roja
Los acontecimientos políticos en América Latina adquieren una velocidad y profundidad difícil de prever apenas una década atrás. Las experiencias de Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, México, Uruguay, Nicaragua, en su complejidad, avances, estancamientos o incluso retrocesos que pudieran darse, muestran una región altamente tensionada en lucha por el cambio social y por la independencia y soberanía de las naciones, confrontada con el imperialismo norteamericano, con las burguesías dominantes y entreguistas de cada país, con el neoliberalismo.
En el Perú, luego de un proceso electoral polarizado entre las opciones de cambio o continuismo, se ha instalado un gobierno de orientación socialdemócrata pero que lleva a cabo un programa de derecha y un estilo de gobierno que viene del fujimorismo, cuya estrategia puede resumirse como: profundizar el neoliberalismo en todos sus componentes, alianza estratégica con el imperialismo norteamericano en el exterior y con la derecha política y empresarial, en el interior, asegurar la estabilidad y el orden que necesita recurriendo a métodos cada vez más autoritarios, y, al mismo tiempo bloquear e impedir la construcción de una alternativa de cambios económicos y sociales con vistas a las elecciones del 2011.
Esta contradicción central, que polariza políticamente al Perú, se puede sintetizar como cambio o continuismo neoliberal, que hay que demarcar con precisión e impedir su distorsión por una derecha empeñada en generar su propia oposición. Maniobra que ya está en marcha con iniciativas que se originan en palacio de gobierno y sus instrumentos mediáticos. De cómo se resuelva esta cuestión dependerá el tejido de alianzas que se construya, la plataforma alternativa que se asuma, el adversario contra el cual se enfile el golpe principal, la posibilidad real de acceder al gobierno si se cuenta con una gran unidad política y social para el gran cambio que la sociedad demanda.
Para ello no es ni será suficiente una mayoría electoral que dé origen a un gobierno popular, incluso con mayoría parlamentaria. Será indispensable contar con un pueblo organizado comprometido con el proceso, pues la lucha de clases se agudizará y la confrontación con el imperialismo y sus representantes títeres se tornará más ardua y compleja. Dadas estas condiciones, el movimiento social de avanzada, entendido en su diversidad y riqueza, debe estar necesariamente asociado al Poder popular, pues sin las masas populares organizadas, movilizadas y concienciadas, protagonistas de ese proceso histórico, los cambios fundamentales a los que hay que avanzar serán simplemente imposibles.
Un gobierno de cambios de verdad, sobre todo económicos y sociales, encontrará inevitablemente una resistencia desesperada y articulada de la derecha y el imperialismo. Y aún antes de acceder al gobierno, tratarán de impedirlo por todos los medios, incluidos la división, el macartismo ideológico, la represión o el fraude.
UNA EXPERIENCIA QUE NO ES NUEVA EN PERÚ
Luego del auge revolucionario de los años 60s y 70s se abrió paso, a fines de los 80s, un período de estancamiento del movimiento social y político y de derrota ideológica, que el imperialismo y sus epígonos de la región creyeron permanente o por lo menos duradera. Los hechos, sin embargo, han seguido un camino distinto y hoy nos encontramos no sólo frente a retos enormes sino también a posibilidades extraordinarias a favor de la causa revolucionaria.
El tema de los movimientos sociales, su ubicación estratégica y su aproximación a la cuestión del poder popular adquieren, nuevamente, un lugar fundamental como hecho práctico y como exigencia teórica. Por lo menos este es el caso del Perú.
En la experiencia peruana no es un caso nuevo, sino más bien de cierta antigüedad. Fue planteada con fuerza inusitada en la década de los 70s y parte de los 8os del siglo pasado, en una fase precisamente ascensional del movimiento revolucionario de masas y de crisis del Estado burgués. El reflujo de masas que le siguió, la ofensiva neoliberal, errores propios, la violencia senderista y su hábil utilización por la derecha y sus mentores de Washington; en suma, las derrotas de la izquierda y el movimiento popular de ese período histórico, opacaron la presencia de la democracia directa y los embriones de poder popular que se fueron construyendo, hasta el punto de que muchos que participaron o apoyaron o vieron con simpatía esta experiencia, sobre todo en la intelectualidad, la consideraron agotada confundiendo lo circunstancial con lo sustantivo.
La historia no tiene un curso rectilíneo. Tanto más la lucha revolucionaria y la acción de las masas. Lo importante es percibir la tendencia histórica, las contradicciones fundamentales que abarcan a la sociedad en su conjunto, más que lo transitorio o parcial. Lo nuevo nunca nace depurado del todo ni se instala fácilmente, sino a través de la lucha, de marchas y contramarchas.
Es importante anotar que la izquierda política adquirió en Perú, entre finales de los 70s y la primera mitad de los 80s, una enorme presencia, más importante aún si a ella se suma su influencia en el movimiento sindical, campesino, juvenil, de la mujer y la intelectualidad; en suma, en el pueblo peruano en general. Gran parte de esto, consecuencia de la acumulación de muchos años, se desvaneció en la década de los 90s con una facilidad difícil de expresar. Si su expresión política fue su aglutinamiento en Izquierda Unida, su expresión social fueron los sindicatos, los frente de defensa que florecieron sobre todo en el interior del país, las formas de autodefensa de masas que se construyeron en las áreas rurales, y las asambleas populares como expresión embrionaria de una experiencia de poder basada en las masas organizadas y en lucha.
El problema del Poder, que se creía alcanzable solamente al hacerse del poder estatal, encuentra en estas experiencias, sobre todo en las Asambleas Populares, surgidas generalmente por iniciativa de las masas populares como respuesta a situaciones concretas, expresiones embrionarias, manifestaciones concretas de una nueva forma de organización democrática y estatal, desbordando los marcos de la institucionalidad oficial establecida, de cuyos alcances y posibilidades no siempre tienen conciencia clara sus gestores. De allí el riesgo de que puedan debilitarse o esfumarse en la misma medida en que cede el flujo de sus luchas y no encuentre la vanguardia política capaz de darle proyección y continuidad.
El problema del Poder y de sus implicancias estratégicas es a la vez un problema teórico y práctico. De allí la importancia del entronque entre la teoría, la política revolucionarias y la iniciativa histórica de las masas. Son éstas quienes crean, en medio del torbellino de sus luchas, con iniciativa, formas de organización nuevas, experiencias que luego necesitan sintetizarse, hacerse teoría, que es tarea de la vanguardia política, para luego volver nuevamente a las masas ya elaborada, depurada, tornarse conciencia y nueva práctica ya enriquecida.
Esta relación dialéctica entre movimiento espontáneo y consciencia, entre la práctica de las masas, su generalización teórica y nuevamente la acción práctica revolucionaria, elevada en su contenido, es la que puede permitir vencer el círculo vicioso en el que, por lo general, se mueven los revolucionarios: por un lado, el culto por el movimiento o lucha de masas que se agota en si misma, en el espontaneismo que criticó duramente Lenin en su conocido libro ¿Qué Hacer?; o en el reformismo político que se agota en el parlamentarismo, en el acceso a esferas parciales o secundarias del poder y su dinámica, sin posibilidad de trascenderla, de construir una alternativa visible y accesible para las masas populares, para quienes el Estado y el Poder en general siempre será una abstracción. El Poder concreto debe olerlo, sentirlo, y ello es posible en su acción revolucionaria, en su experiencia directa. Cuando los frentes de defensa, como en el caso de la ciudad de Pucallpa, tomaron el control de la ciudad durante días, y garantizaron el orden y su marcha normal, intuyeron el valor de su fuerza, de su unidad, de su capacidad de autodecisión, de la disciplina y el orden conciente. ¿Qué faltó? Entender que ese poder local alcanzado, aún en su transitoriedad y sus limitaciones, debía extenderse al ámbito nacional, a la conquista de los resortes reales del Poder estatal, es decir elevarse a la acción política y la organización política, en lugar de quedarse en el movimiento. Pero esto es ya tarea de los partidos políticos organizados con ese fin.
La incapacidad para entender la democracia directa, sus potencialidades y posibilidades, impidió que el flujo de masas revolucionario de los 70s y principios de los 80s, pese a contar con expresiones concretas y valiosas surgidas en medio de la lucha de clases y nacional en esos años, pudiera convertirse en una alternativa en oposición al viejo Estado burocrático, centralista y neocolonial, que ejercitara a las masas populares en acción en la tarea de gobernar, capacitándolas para construir una nueva forma de democracia partiendo precisamente de esas formas embrionarias del nuevo Poder popular surgido desde abajo.
MOVIMIENTO SOCIAL Y PODER POPULAR EN EL PERU DE HOY
El concepto movimiento social es muy amplio e impreciso. Es verdad que los conceptos clase y nación no son lo suficientemente abarcadores para incluir los nuevos sujetos sociales ni los nuevos temas que se incorporan a la agenda política. Por ejemplo los de género y diversidad sexual o el tema medioambiental. Ocurre otro tanto con el concepto pueblo, cuyas fronteras no son iguales en todos los países, sociedades y etapas históricas. De allí la importancia de abordarlos de manera concreta en cada situación histórica concreta.
En la experiencia peruana, las distintas expresiones de la democracia directa tuvieron una base social precisa: los obreros a través de sus organizaciones sindicales, los campesinos, la intelectualidad, la juventud, la mujer, en cierto modo también las etnias en la medida que se fueron incorporando, los pequeños empresarios y comerciantes.
La autodefensa campesina surgió fundamentalmente en el Norte del país como respuesta al vacío de Poder y a la inseguridad ciudadana. Una de ellas, las Rondas Campesinas democráticas y autónomas, para enfrentar al abigeato que infestaba las zonas rurales. Frente a la ausencia del Estado o la insolvencia y corrupción del poder judicial para garantizar justicia, optaron por organizarse, controlar los caminos y hacerse justicia por ellos mismos y por sus propios medios, construyendo su propia legalidad y autoridad. Surgió así una forma de poder local con capacidad real de decisión, con democracia participativa entre sus integrantes, con normas propias rigurosamente asumidas, que se extendió a provincias enteras. Frente a las amenazas y sanciones del Poder central para impedirlas, la respuesta fue: "con leyes o sin ellas las rondas continúan". ¿En qué se apoyaban? En la fuerza del número, la organización, la disciplina, la autonomía en sus decisiones.
Los Frentes de Defensa (ahora llevan diversos nombres pero una común manera de organizarse), por lo general de alcance regional, constituyeron la más elevada forma de frente único popular, a partir de reivindicaciones concretas, con la participación de todos los sectores organizados de la población, incluyendo los partidos de izquierda. Tienen como base las organizaciones naturales: sindicatos, comités de barrios, organizaciones juveniles, comerciantes, etc. En los momentos más agudos de la confrontación con el poder central lograron asumir el control de ciudades importantes. En ese lapso ejercieron el poder real con el respaldo de las masas alzadas a la lucha.
La Asamblea Popular fue la coronación de esta experiencia, pues aparecieron como expresiones más claras de poder, de un poder si bien es cierto embrionario con claros atributos de una nueva forma de organización democrática. Si no avanzaron más fue consecuencia de la incapacidad de la izquierda para advertir sus potencialidades revolucionarias, atrapada muchas veces por tradiciones economicistas y espontaneistas, y por el reflujo que se inicia en el segundo quinquenio de los 80s.
La relación movimiento social y poder popular no es lineal. La posibilidad de configuración de éste último, aún en sus formas embrionarias, depende de la profundidad y extensión de las luchas populares, de los vacíos o fisuras que presenta el Estado y sus instituciones, de la capacidad para vencer tradiciones que restringen el accionar de las masas a sus formas de organización y lucha conocidos, y de una fuerza de vanguardia asentada en ellas capaz de aprovechar su iniciativa histórica y señalarles un derrotero. El movimiento espontáneo tiene virtudes, también límites. Solamente su relación con la política y con el grado de conciencia de los cambios que hay que producir, permitirá aprovechar sus potencialidades y alzarse hasta convertirse en una alternativa real de poder, no sólo local o embrionario, sino nacional.
Esa potencialidad revolucionaria es de la mayor importancia, reconociendo las singularidades de cada país o situación histórica. En el caso de Perú, ésta es una perspectiva de primera importancia. Perderla de vista entusiasmado por los resultados electorales, en la creencia de que es suficiente para contener la contraofensiva de la derecha y el imperialismo y para llevar a cabo los grandes cambios económicos y sociales, puede resultar un error estratégico fatal.
UNA OPORTUNIDAD HISTORICA
En las nuevas condiciones políticas de flujo creciente de la lucha de masas después de casi dos décadas de estancamiento, de polarización política entre cambio o continuismo neoliberal, de resistencia a la desnacionalización de la economía en la que están comprometidos los gobiernos que vienen de Fujimori en adelante, incluyendo el de García, adquiere un significado especial el resurgimiento de estas formas de organización y lucha populares.
Nos encontramos ante la posibilidad real de alcanzar, en las elecciones del 2011, un gobierno de orientación popular, nacionalista y de izquierda. En 2006 se mostró plenamente esta tendencia. El gobierno de coalición derechista con García a la cabeza tiene menos de 30 por ciento de simpatía ciudadana. Crece el descontento y crece también el sentimiento de cambios en el rumbo económico, de modo que el crecimiento de estos años alcance al pueblo en lugar de concentrar la riqueza en beneficio de las transnacionales.
Conciente de esta realidad la derecha se ha reagrupado en un bloque unificado para sostener el modelo neoliberal y profundizar su aplicación. En segundo lugar para impedir la instalación de un gobierno de cambios para el Perú. Cuenta a su favor con la enorme dispersión del bloque popular, sobre el cual presiona para profundizar su división.
La única respuesta posible es la unidad más amplia, política, social, cultural, y la configuración de un bloque alternativo popular y nacional. Por eso es justa la consigna: ¡Gran unidad para un gran cambio! que corresponde al sentimiento de un amplio sector de la población peruana. Esta es la tarea estratégica a resolver en este período, y en ella cabe como un eje fundamental, el movimiento social.
Lima, 12 de marzo de 2008.