jueves, 19 de julio de 2007

El exterminio como política de estado


EL EXTERMINIO COMO POLÍTICA DE ESTADO

Por Julio Yovera B.

Que el régimen haya fortalecido su alianza con la derecha y la cúpula militar no es ninguna novedad. Durante su primer gobierno, García permitió que los doce apóstoles impusieran la agenda, de la misma forma que la cúpula militar impuso el crimen.

En 1985 se produjo el exterminio de los comuneros de Accomarca y Pucayacu. Cuando el país fue informado, el presidente aparentó indignación y declaró que se sancionaría a los responsables. Hasta hoy los criminales permanecen libres.

En 1986, 336 presos acusados y sentenciados por terrorismo se amotinaron en las cárceles de Chorrillos, Lurigancho y el Frontón; cuando ya se habían rendido fueron acribillados por la espalda. Entonces García se mostró “indignado” y dijo: “O se van ellos o me voy yo”.

Uno de ellos era Agustín Mantilla, por entonces Ministro del Interior, hombre de historial tenebroso. Es su periodo aparecieron los comandos que asesinaron a dirigentes políticos, gremiales y populares.

En la era de la banda delincuencial Fujimori & Montesinos, Mantilla fue coimeado con 30 mil dólares. Y recientemente ocupó titulares por su almuerzo de “trabajo” (¡vaya ejemplo de laboriosidad… delictiva!) con el abogado Javier Ríos, a quien la mayoría del Congreso de la República, pretendía designar como miembro del Tribunal Constitucional.

Ninguno de los principales criminales ha sido sentenciado. La frase “ellos o yo” sólo fue una expresión recurrente para ponerse a buen recaudo.

Después, vino lo de Cayara, 69 campesinos asesinados. Luego, Los Molinos, 62 muertos. También el crimen de Estado asoló la ciudad, sus blancos fueron estudiantes, dirigentes gremiales y profesionales comprometidos con los trabajadores.

En algunos de esos espeluznantes actos, solía pasear un presidente “victorioso” que compartía su “gloria” con los jefes militares.

Cuando la atmósfera criminal se impuso de manera impune y los comandos de la muerte, actuaban a la sombra del Estado, como en el poema de Bertolt Brecht, ya era demasiado tarde.

Después vino el relevo de mando y de escuadrones. Se recesó a “Rodrigo Franco” y entró en acción El Grupo “Colina”.

Vino entonces la segunda ola del crimen organizado. El Perú se convirtió en sinónimo de matanza e impunidad. La violencia institucional y la violencia fundamentalista quisieron polarizar el país. “Conmigo o con ellos”.
De ello se aprovechó el delincuente Fujimori, quien llevó a un país que no es suyo a los abismos del genocidio y la corrupción.


Cuando, ahora, el presidente García decide, que frente a la protesta y la indignación popular, las fuerzas armadas asumirán protagonismo, sentimos que existe el peligro de ir a una tercera ola, no de la que nos habla Alvin Toffler, sino la del crimen.

El pueblo está notificado y estamos convencidos que sabrá derrotar esa funesta ola.

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