TERREMOTO Y NEOLIBERALISMO
Por José Yovera
El terremoto del 15 de agosto, según señalan los expertos, es uno de los más intensos de los últimos cincuenta años. Los más afectados son los pueblos del sur.
Los heridos, más de 800, no tienen atención oportuna porque los hospitales han colapsando, y las carreteras, por tramos, se han vuelto intransitables. Los muertos lamentablemente aumentan. Las casas de adobe se han derrumbado.
Hasta este momento es difícil la comunicación. Después del terremoto, a eso de las 6 y 43 minutos, las líneas telefónicas de la empresa española, buena para meter las manos en los bolsillos de los clientes, enmudecieron. No hay ninguna explicación sensata que satisfaga a la opinión pública, pero, lo que es peor, ninguna autoridad se la ha pedido, por lo menos no de manera abierta.
Nos preguntamos ¿ha previsto la empresa de marras el funcionamiento de sus sistemas en todas las situaciones?, o ¿es que sólo está en capacidad de operar cuando no hay ninguna contingencia?
Las organizaciones políticas del pueblo y los gremios están en la obligación de exigir que la empresa dé las explicaciones del caso y no simples justificaciones. Pero, es el momento para que las autoridades centrales corrijan lo que el delincuente japonés hizo desde el Estado de un país que no era el suyo: formularle obligaciones a la empresa, porque un Estado que no actúa no es más que un infeliz mequetrefe del poder empresarial. Lo que es indignante.
Tan indignante como los que se aprovechan de la tragedia, verbigracia, las empresas de transportes, que han empezado en agosto a hacer su diciembre. Los pasajeros de manera legítima han protestado y se muestran indignados porque los pasajes a la zona de la tragedia han subido, como si se fuera navidad.
La autoridad, en lugar de ponerse firme, de señalar que se actuará con mano dura, con la misma mano dura con la que se reprime a los maestros y al pueblo cuando se alzan, por boca de la ministra Zavala, ha invocado, sí, invocado a las empresas a que no suban el valor del pasaje, que sean comprensivas, que colaboren.
Ninguna actitud de firmeza, ninguna medida como autoridad. Esto no se explica al margen de un modelo que arrincona al Estado, casi hasta desaparecerlo.
Entretanto, la televisión hace de la tragedia un espectáculo. No reconoce, sino felicita a un reportero por un despacho que dio la vuelta al mundo, porque captó el momento preciso de la psicosis que produjo la tragedia en un edificio de la capital. Por sí fuera poco, un diario lo fotografía sonriendo ¿sonriendo porque ponchó el momento de una tragedia?
El pueblo espera la solidaridad de todos nosotros, y así como los médicos suspendieron su huelga para asistir a los caídos y herido por el terremoto, sin prestarle oídos a las declaraciones de un ministro de salud que es la personificación de la desfachatez, nos toca a nosotros emprender una campaña de solidaridad con el pueblo que sufre.
Nos preguntamos ¿por qué un coletazo de la naturaleza cae una vez más sobre los pobres? La furia de un terremoto, es verdad, no tiene color político ni sello ideológico, pero siempre afecta a los más pobres. De eso no hay la menor duda.
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