La encuesta de CPI que da cuenta del descenso de la aprobación ciudadana a la gestión del Presidente García expresa una tendencia irreversible, que ya reveló con nitidez el paro del 9 de julio, y que llevará a reacomodos en el escenario político nacional. Por lo pronto los partidos tradicionales de la derecha vienen marcando distancias del gobierno, disfrazándose como opciones de “centro”, pero en realidad tratando de construir una polarización entre derecha – derecha con el propósito de garantizar un recambio que le de continuidad al modelo. Desgastado García, requieren canalizar el descontento, impedir que se desborde hacia las opciones de izquierda, nacionalistas y democráticas que promueven el cambio en el país. En este contexto el APRA necesita reforzar su alianza con el fujimorismo y contar con el concurso de los tránsfugas en el Parlamento, aunque para ello tenga que hacerles concesiones, y echar mano a sucios negociados bajo la mesa.
Es previsible que el gobierno pretenda revertir esta tendencia recurriendo al asistencialismo y clientelaje a través de los programas sociales. No tiene otra explicación el nombramiento del cuestionado Carlos Arana al frente de FONCODES y las nuevas atribuciones otorgadas a los gobernadores, cuyas facultades se equiparan a la de los presidentes regionales. El problema es que con el asistencialismo no se resuelve los problemas de fondo y que la credibilidad del gobierno está por los suelos.
Una de las causas directas del descenso de García es el alza incesante de los precios que golpea a los hogares de las mayorías. Pero no solo eso. El hecho de que a un año del terremoto las poblaciones afectadas continúen en el abandono más indignante, que en los hospitales del Estado los médicos tengan que usar artículos de ferretería para atender a los pacientes, que la educación continúe en el abandono, el agro en crisis, las poblaciones nativas de la selva en peligro de perder sus tierras, las regiones del interior en el olvido; todo esto evidencia la profunda asimetría del modelo y que los beneficios de la bonanza que se predica a los cuatro vientos no está orientada a resolver los grandes problemas nacionales.
El descontento popular continúa expresándose mediante formas de lucha con mayores dosis de radicalidad y en los meses venideros tendremos un escenario tensionado por las convulsiones sociales. El reto para quienes apostamos por el cambio consiste en consolidar y ampliar la unidad lograda con el paro del 9 de julio, unificar las diversas demandas en una sola plataforma de lucha, superar la dispersión que aun subsiste y construir un referente político electoral con capacidad de derrotar a la derecha, cualquiera sea su pelaje con que se presente en el próximo proceso electoral, pues es solo desde las esferas del gobierno que se pueden iniciar los grandes cambios que el país demanda.
Asistimos a un escenario complejo y de agudización de la lucha de clases. Se abre una oportunidad histórica para los sectores que enarbolamos las banderas del cambio. La llave maestra del triunfo se llama unidad, y a lograrla debemos apostar todos nuestros esfuerzos. Los grandes objetivos requieren grandeza en la visión y los métodos, desprendimiento de apetitos estrechos. No es posible construir la unidad partiendo del sectarismo, pues por ese camino se impone el nefasto método de las correlaciones, la falsa creencia que hegemoniza quien tiene mayores cupos o representaciones. Entre quienes trabajamos por el cambio, más que competidores debemos vernos como aliados estratégicos comprometidos con el gran objetivo de abrir un nuevo curso para el país; de este modo en lugar del recelo se impondrá la confianza y la cooperación en lugar de las zancadillas. Está en nosotros superar los errores del pasado y recuperar la confianza de las grandes mayorías.
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