Mientras la globalización capitalista es golpeada, pero permanece en pie ante las crisis financieras, la creciente desesperación de los pobres por la carestía de alimentos y los visibles estragos del calentamiento global, en el mundo y más en nuestro país no parece aclarar el panorama para los comunistas.
En medio del creciente clima de represión del gobierno de Alan García, insistimos en algunos aspectos que, al ponerlos en blanco y negro, nos pueden ayudar a no pasarlos por agua tibia.
Suele pasar que en la actividad partidaria, las luchas reivindicativas y las pugnas de poder, nos olvidamos que nuestro fin último es plantear soluciones concretas a los problemas de la gente y hacer de nuestra acción política una alternativa viable.
A pesar del terrible descrédito de la política aquí y en la mayor parte del mundo, los ciudadanos siguen votando por políticos y son parte del juego mediático de la política que se disputa entre el marketing y las obras públicas pomposas.
Los comunistas hoy
Después de la caída del bloque soviético, muchos creyeron sepultado al comunismo. Fue sin duda un duro revés, y a pesar de la tenacidad de muchas organizaciones comunistas en mantenerse firmes, aún la crisis no ha sido remontada con una renovación teórica y organizativa.
Si le damos un vistazo a la situación de las izquierdas comunistas en el mundo, exceptuando claro, a los estados con regímenes socialistas como Cuba, China, Vietnam o Corea del norte, no es muy alentadora. El repliegue de los comunistas en diferentes escenarios es notorio, lo comprobaremos si repasamos sus cifras desde Moscú a Paris, de Pretoria a Canberra, o de Santo Domingo a Buenos Aires. En otros escenarios (Ej. Nepal, India, Chipre) han mantenido posiciones o alcanzado algunas victorias.
En el escenario nacional, los comunistas peruanos (incluimos a las vertientes que fueron pro soviéticas y pro chinas) parecemos relegados cada vez más a seguir con nuestros farragosos diagnósticos de la coyuntura y disputando el control de algunos espacios gremiales cada vez menos representativos.
Mientras tanto el macartismo y la paranoia anticomunista regresan con bríos, gracias a la dirección aprista cada vez más derechizada que nos gobierna y se empeña en acusar a todo crítico a su gestión de comunista, pasando por perro del hortelano hasta de traidor a la patria.
Sin embargo nuestra crisis es más interna que externa, porque no hemos respondido con la suficiente creatividad frente a la creciente presión que ejerce el sistema sobre nuestras condiciones de vida, en lo material y hasta en lo emocional.
Asimismo no tenemos referentes públicos. Nuestros liderazgos políticos, si bien es cierto tienen una trayectoria y experiencia, carecen de presencia pública nacional. En política es indispensable el posicionamiento público de los líderes, ya que no basta con tener la condición de dirigente partidario para ser percibidos como conductores, o más aun, tener prestigio. Requerimos nuevos rostros públicos con, ante todo, arraigo social, y también preparados, con capacidad de transmitir nuestra propuesta con sencillez y carisma.
Encima que tenemos cerrados los grandes medios de comunicación corporativos, abandonamos los medios propios. No hay revistas teóricas, periódicos de gran tiraje, programas de radio de gran alcance ni sitios Web dinámicos.
Tampoco superamos un estilo del debate, y caemos en la dinámica de discusiones interminables cargadas de conceptos y términos ajenos a la gente, creyendo a veces que tenemos la verdadera interpretación de la realidad (desde el marxismo-leninismo), y que la política se decide entre las 4 paredes de una asamblea o un congreso.
Nuestros retos
Partamos de la idea que el Perú requiere de una élite dirigente. Una élite creativa e imaginativa, como señalaba Mariátegui. Hoy lo que tenemos en el poder es una banda de empresarios preocupados en maximizar sus ganancias, un aparato burocrático que vive de la ineficiencia pública y encabezados por los políticos preocupados en ser eficientes administradores, para complacencia de las clases dominantes.
El país está embarcado en un modelo basado en el crecimiento económico a partir de la inversión privada extranjera y una lógica de privatización de toda actividad económica nacional, en particular de la explotación de recursos naturales estratégicos como los minerales y el gas. No olvidemos la creciente apertura económica a través de la firma de tratados del libre comercio con países como Estados Unidos, Canadá, Singapur y uno próximo con China.
Sabemos que no existe esa élite alternativa desde la izquierda comunista ¿acaso la estamos construyendo? Decimos que nos estamos preparando para ser gobierno con otras fuerzas, hablando hasta el cansancio de la unidad, pero ¿tenemos acaso el equipo político necesario para afrontar el cambio radical del Estado como lo conocemos, así como un cambio económico, social, hasta en la conciencia de la gente?
Hay que construir el equipo, decimos. Lo estamos construyendo poco a poco, respondemos. Sucede que con frecuencia perdemos el norte de nuestra lucha. La construcción de esa élite capaz de ser un agente con real capacidad transformadora es un gran reto. Su preparación debe ser ideológica y sobre todo programática. Debe entrar al terreno del debate de ideas, de la producción artística y cultural. Se forma en la lucha local y nacional, pero sin perder de vista la necesaria dimensión internacional de la batalla por el norte socialista.
Nuestro proyecto hoy más que nunca debe tener un contenido internacional, pues el gran capital opera a nivel global, el imperialismo acude a todo tipo de maniobras internacionales y el cambio climático afecta cada vez a más rincones de nuestro planeta.
Nos queda la tarea de convertirnos en élite, en liderazgo real y social, en mito inspirador y realidad política organizativa, capaz de ser la voz de los trabajadores y los excluidos de nuestro país y obligatoriamente ligada a los comunistas de otros países y las organizaciones que luchan por más democracia, por una economía sustentable, por los derechos humanos y la diversidad cultural.
La primera gran tarea de los comunistas, y en general de toda fuerza de izquierda y progresista es hacer que la democracia no sea solo una formalidad. Esta debe asentarse en instituciones sólidas y en un crecimiento económico de la mano del desarrollo, es decir que el Estado cumpla su papel en redistribuir la riqueza con eficiencia, promover el empleo digno, crear una aparato público transparente y que llegue con servicios esenciales y de calidad a las grandes mayorías, en especial a través de reformas radicales en educación, salud y vivienda.
Si creemos vigente la propuesta teórica de Marx y Engels, es momento de empezar a relanzar nuestra vocación internacionalista, y desplegar la lucha mundial por revertir el orden a favor de los trabajadores, los pueblos y por la viabilidad misma de la humanidad en armonía con la naturaleza y la tierra.