Javier Adler
Kaos en la Red / Rebelión
La democracia, entre otras cosas, es una cuestión de actitud. Si una sociedad es democrática, es decir, si reconoce como valor fundamental que el pueblo debe ser el dueño de su destino, entonces mostrará una actitud de incesante búsqueda de mecanismos de participación, de implicación al pueblo en la toma de decisiones. Eso incluye la educación, que no adoctrinamiento, a fin de que la gente conozca el funcionamiento de las leyes y las instituciones. Por desgracia, los estados europeos caminan justo en el sentido opuesto, por no decir que huyen de eso como de la peste.
Con el referéndum “fallido” de Irlanda hemos visto titulares de varios tipos, pero seguro que nadie ha visto éste:
EL 100% DE LOS PAÍSES DE LA UE QUE CELEBRARON REFERÉNDUM RECHAZA EL TRATADO DE LISBOA
Claro que ese 100% se reduce a un solo país, y porque su propia constitución le obligaba, así que podríamos completar el titular con un subtítulo como:
“Ni un solo país europeo que no estuviera obligado por ley consultó a sus ciudadanos”
¡Democracia europea!
Así que gracias a algún idiota que puso ese antidemocrático y populista artículo en la constitución irlandesa, había que organizar un referéndum para consultar a la gente, esos “euroignorantes” que dice un artículo de opinión de El País (12/06/08). Y los irlandeses dijeron NO.
Una de las reacciones a ese NO ha sido la europerplejidad. “Resulta tan sorprendente como significativo queuno de los países que más se ha beneficiado de su pertenencia a la Unión Europea haya rechazado el tratado de Lisboa”, dice el editorial de La Vanguardia del 14/6/08. He aquí una afirmación de la euromitología que entra en el terreno de la fe, no de la razón o la discusión. La pondré en forma de silogismo:
Premisa 1: Irlanda ha crecido económicamente
Premisa 2: Irlanda ha recibido fondos europeos
Conclusión: Los fondos europeos son la causa del crecimiento irlandés
Esta misma lógica aplastante también la ve El País, que lo considera algo “incontrovertible” (14/6/08). Pero los que no hemos sido dotados de esa fe, “euroescépticos” nos llaman, podemos preguntarnos, por ejemplo, por qué algunos países que recibieron más fondos que Irlanda (Portugal, Grecia) apenas han crecido, o por qué los años en que Irlanda recibía más fondos son los de menor crecimiento y más desempleo mientras que el boom empezó con los fondos ya menguantes. Algunos estudios económicos han analizado estas cuestiones (1), así como el hecho, mediáticamente impopular, de que tal crecimiento ha provocado una de las mayores desigualdades e índices de pobreza de los países desarrollados (2)
Constatado, pues, que los irlandeses son unos desagradecidos, lo que procede ahora es minimizar hasta la nada la importancia de su voto negativo, según la fórmula del desprecio respetuoso. Así, todos los políticos “respetan” el voto irlandés y “toman nota” para luego dejar claro que dicho voto no sirve para nada. Veamos algunos ejemplos:
Según Zapatero, el NO irlandés “no puede suponer un freno a los deseos de la inmensa mayoría de los europeos de avanzar más hacia Europa”(3), identificando “europeos” con “gobernantes europeos”, que son los únicos que cuentan, claro. El secretario de Estado para la UE, López Garrido, lo tiene más claro todavía: “El Tratado de Lisboa se va a aplicar, aunque sea con unos meses de retraso” (El País, 15/6/08)
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, califica el NO irlandés de “incidente” y advierte que “'no podemos condenar a Europa al inmovilismo'” (4), es decir, que “Europa” sólo se puede “mover” aprobando el Tratado de Lisboa. Esta postura contrasta con la de su primer ministro, François Fillon, quien antes del referéndum afirmó tajantemente que "si el pueblo irlandés decide votar en contra, obviamente, no habrá Tratado de Lisboa" (5) Pero tras el referéndum Fillon recula y lejos de decir claramente “señores, hay que tirar a la basura el Tratado de Lisboa” se pasa a la mística poética y llama a “reanimar la llama peligrosamente vacilante de Europa” (6)
La canciller alemana, Angela Merkel, rechaza incluso pensar sobre lo que ha pasado. “Europa no puede permitirse una nueva fase de reflexión”, porque “la UE necesita el Tratado de Lisboa” (7) Aparte de confundir UE con Europa y Europa con los ciudadanos europeos, algo corriente en el discurso oficial, la señora Merkel no ha caído en que son los propios ciudadanos, no ella, quienes deben decidir lo que necesitan. Y, mire usted por dónde, los únicos ciudadanos europeos a los que se ha preguntado han dicho que NO lo quieren.
El presidente italiano, Giorgio Napolitano, también se niega a pensar: “No se puede pensar que la decisión de poco más de la mitad de los electores de un país que representa menos del uno por zciento de la población de la UE pueda detener el indispensable (…) proceso de reformas”, dice al tiempo que sugiere dejar “fuera a quienes, a pesar de los compromisos suscritos, amenazan con boicotearla” (8) Esto es un rechazo en toda regla a las leyes que ellos mismos han establecido. Luego dirán que vivimos en un Estado de Derecho.
Como último ejemplo, y para no aburrir más al lector, citaré al presidente de Portugal, Cavaco Silva, quien en un ejercicio de democracia avanzada ha llegado a afirmar que el NO irlandés “es la prueba” de que“'los tratados internacionales no deben someterse a referéndum'” (9) Es decir, el pueblo sólo debe consultarse cuando su decisión coincida con la de los gobernantes.
Vista la gentuza dictatorial que decide sobre nuestras vidas, repasemos los medios de comunicación, ese “cuarto poder” que nos advierte de los engaños de los gobiernos y que sólo existe en esas fábulas que llaman “libro de estilo”. Porque lo cierto es que la coincidencia entre el discurso mediático y el de los gobiernos es prácticamente el mismo. En efecto, si miramos los editoriales del día siguiente al referéndum en Irlanda, que recordemos representan la postura oficial del periódico, vemos los mismos tópicos que antes hemos citado. Pondré tres ejemplos:
El diario El País comenta “lo absurdo de someter a referéndum cuestiones tan complejas como las que albergan las casi 400 páginas del documento de Lisboa”. Es la típica mentalidad de las élites, que no consideran al pueblo como actor sino como espectador de la vida política. Los ciudadanos somos demasiado burros e ignorantes, así que es mejor dejarlo todo en manos de unos “sabios ilustrados”, quienes decidirán que nos conviene trabajar 60 horas a la semana y jubilarnos más tarde, o liquidar la sanidad y la educación públicas, o aumentar el gasto militar, etc. Y todo eso sin el Tratado de Lisboa, que “agilizará” futuros trámites para hacernos todavía más felices.
El Periódico tiene claro que “la obstrucción de unos pocos no puede dinamitar el proyecto” y habla de la “incongruencia” de “otorgar a los tres millones de irlandeses un poder sin duda exorbitante sobre una cuestión que afecta a 490 millones de europeos”. No hay ningún problema, en cambio, en otorgar a unos pocos gángsters de Bruselas el poder de decidir sobre los 490 millones de ciudadanos europeos. Eso sí es democracia, preguntar a la gente no.
Finalmente, el ABC considera en su editorial que el NO irlandés supone el “cerrojazo definitivo a esta vía consultiva de reforma institucional de la Unión Europea”. En otras palabras, hay que apostar por vías no consultivas. En 2005 hubo un gran despliegue mediático de la Constitución Europea y se plantearon varias consultas populares, pero la cosa no funcionó en Francia y Holanda y los demás se echaron atrás. En 2008 el Tratado de Lisboa se redactó y aprobó casi en secreto, sin hacer ruido, y se ha ido ratificando discretamente. Pero quedaba Irlanda, que estaba obligada por su constitución a hacer un referéndum. Y el resultado fue NO.
La próxima cita no sabemos cuándo será, pero no muy tarde. Probablemente se reúnan en algún lugar aún más oscuro y donde sentirse más cómodos, alguna cloaca de Bruselas por ejemplo, y redacten a la luz de las velas un nuevo tratado que aprobarán y ratificarán en el acto. A la mañana siguiente nos despertaremos en lo que el eje franco-alemán (10) llama “una Europa más democrática y eficaz” para “responder a los desafíos a los que se enfrentan sus ciudadanos”, aunque lo más probable es que los ciudadanos sigamos sin enterarnos.