"Allende estaría en algún lugar construyendo un programa de unidad"
Por Guillermo Teillier (*)
Compañeras y compañeros:
En primer lugar quiero agradecer, a nombre de los organizadores de este acto, la presencia de cada una y de cada uno de ustedes, en esta plaza memorable donde el recuerdo de Salvador Allende quedará estampado para siempre. Y debo agradecer a aquellos moradores de esa casa (indica La Moneda) que nos han permitido hacer aquellas proyecciones y hacer este acto aquí.
Y, como lo decía Allende, gracias compañeras y compañeros por la actitud cívica que están observando. Que no se diga que el pueblo, que los estudiantes, que los jóvenes, que los comunistas sólo salen a la calle a gritar o hacer desmanes. No, señores, aquí estamos con responsabilidad, y tenemos que seguir con responsabilidad, así como esperamos nosotros también que se respeten nuestros derechos y esperamos el 11 de septiembre poder pasar por aquí, por calle Morandé, sin tener ningún tipo de problemas.
Queremos celebrar los 100 años del natalicio de Salvador Allende con serena alegría.
En estos días se han realizado en Chile y en el mundo entero una serie de celebraciones, debates, foros y otros encuentros que han centrado su atención, desde diversos ángulos y perspectivas, en lo que fue el gobierno de la Unidad Popular, de cómo se obtuvo el triunfo de esta idea, plasmada desde muy temprano en nuestro país por Salvador Allende y las fuerzas de izquierda, progresistas, democráticas y revolucionarias y también de cómo se consumó el golpe de Estado que estableció en Chile la negra noche de la dictadura política y militar de la derecha y sus socios imperialistas norteamericanos. Como es natural, en estos debates se producen diferencias de opiniones, matices, pero algo queda muy claro, el preclaro liderazgo, el cariño y la fuerza con que convoca a los pueblos de diversas latitudes nuestro querido Presidente Salvador Allende Gossens.
Hablo de serena alegría con toda intención porque sí, es una alegría, un profundo orgullo para nuestro país que naciera en nuestras tierras este insigne personaje de nuestra América Latina, ejemplo de heroísmo, de lealtad y capacidad de conducción de un proceso revolucionario en aras –tal como él lo decía- de la reivindicación de las masas trabajadores, en medio de la situación tan adversa que vivían los pueblos, en la época de su consolidación como gobierno.
Recordemos que los países del sur del continente eran presa de una serie de golpes de estado que dejaron cientos de miles de víctimas, miles y miles de detenidos desaparecidos y ejecutados por razones políticas, centenares de miles de detenidos y torturados, millones de exiliados o desterrados –crímenes de lesa humanidad sobre los cuales, en la mayoría de los casos, aún pesa la impunidad.
Chile y su gobierno legítimo, encabezado por Salvador Allende, no pudo evitar ser víctima de esta estrategia norteamericana que se asentaba en las campañas de desestabilización, en la división de las fuerzas democráticas, en la más sucia campaña del terror, en el financiamiento de siniestras campañas de sedición política y militar.
Por ello es que hablo de serena alegría, porque al mismo tiempo que somos testigos de cómo la figura de Allende se agiganta día a día, no podemos dejar de recordar a nuestras víctimas, a nuestros héroes, a todas y todos aquellos, de los distintos partidos y movimientos populares, que los verdugos asesinaron por miles, porque así pensaban, podrían enterrar para siempre la figura, las ideas, la calidad humana, el patriotismo y la serena lealtad del Presidente de Chile, que prefirió inmolar su vida antes que ponerse de rodillas ante el imperio y los amos y señores del poder financiero y expoliador de nuestras riquezas básicas.
Y en cambio, qué triste final el del dictador que pretendió poner una lápida a la dignidad, a los derechos y a la libertad de los chilenos. Allí yace, en un oscuro rincón olvidado, hasta mal habido, al que ni sus propios obsecuentes partidarios de entonces, los señores de horca y cuchillo que lo empujaron a la deslealtad y la traición, se atreven a visitar. Allí está el dictador, muerto, olvidado, enterrado para siempre.
Nosotros en cambio, todos los que estamos acá presentes sin excepción alguna, los que en el mundo levantamos el nombre de Allende, aquí estamos con la frente en alto, orgullosos de nuestra lucha, de nuestro sacrificio, dispuestos a seguir adelante en la búsqueda de una sociedad más justa, igualitaria y democrática.
Desafiamos a estos señores que quisieron engañar al mundo diciendo que dieron el golpe de estado para salvar la democracia, los desafiamos a construir la democracia más profunda, la más auténtica, la del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, sin exclusiones, la de la más amplia participación, la de la más profunda justicia social, la de la soberanía nacional, económica y política que Chile merece.
Sabemos la respuesta, no darán un paso si no se sienten obligados a hacerlo. No fueron capaces de abrir camino a una reforma electoral parcial, le temen al voto de los jóvenes, le temen al voto de los chilenos en el exterior, temen que los dirigentes sociales puedan, como tales, aspirar a ser parlamentarios; no quieren que los trabajadores recuperen sus derechos. Solo quieren seguir sirviendo a los que se llevan de Chile el 65 por ciento de nuestro cobre, percibiendo utilidades superiores a los del Producto Interno Bruto de Bolivia y Paraguay juntos.
Uno de sus candidatos, el señor Piñera, ha comprometido ya la privatización de Codelco. Que sepa desde ya que no lo permitiremos si, por desgracia, llega a ser Presidente de Chile.
Chile necesita ser dueño de su destino. Por eso es que hoy, cuando celebramos este centenario, debemos también meditar con serenidad. Ya no es la hora sólo de la palabra o de la acción contestataria. Es la hora de la unidad de las conciencias y de las voluntades, más allá de donde se encuentren, pero que estén en disposición de buscar una alternativa de gobierno libre del dogma y de la institucionalidad neoliberal que cada vez se demuestra más ineficiente en la solución de los problemas de los trabajadores, de la gente modesta, de la llamada clase media, de los pequeños empresarios, campesinos, de las mujeres, ancianos y niños, de los pueblos originarios.
Chile necesita de una democracia de verdad. No queremos que vuelva la derecha al poder, no queremos que vuelva la derecha al poder, pero no queremos seguir viviendo con este remedo de democracia, encadenados al lastre antidemocrático que dejó Pinochet, en la Constitución amañada que hoy nos rige.
Es la hora, tal como lo proclamó Salvador Allende el año 1944, cuando era Secretario General del Partido Socialista y dijo: "Los socialistas llamamos a la izquierda a unirse en torno a un programa; un programa que agitaremos desde la calle y desde el Parlamento; un programa de interés nacional que reúna el máximo de voluntades en torno a él". Y quiero decirles, para los que no conocen la historia, que cuando Allende dijo estas palabras, comunistas y socialistas estaban profundamente distanciados.
Como todos saben, hemos levantado -los comunistas- junto a la Izquierda Cristiana que acaba de obtener su legalización como partido y al Partido Humanista, hemos levantado el Juntos Podemos Más como el pacto electoral con el que enfrentaremos la lucha por obtener alcaldes y concejales de izquierda en las elecciones del mes de octubre, en la cual también, mediante acuerdo por omisión, esperamos echar abajo la mayor cantidad posible de alcaldías de derecha y fortalecer las fuerzas que están por terminar con la exclusión.
Por otra parte, sabemos también que comunistas y socialistas y otras fuerzas de izquierda estamos en veredas distintas. No es la primera vez que esto ha ocurrido en nuestra historia. Pero sabemos que existe un pueblo socialista, y aquí hay muchos de ellos, un pueblo comunista, un pueblo de izquierda; existe un pueblo allendista que sobrepasa a todos nuestros partidos juntos, que no sólo siente la añoranza del pasado, porque esta causa también la abrazan miles y miles de jóvenes que no conocieron la experiencia de la Unidad Popular o del golpe de estado, pero que sus ojos se abren ante la verdad y que se sienten impelidos, como otros pueblos de América, a seguir la senda de Allende.
Estamos en otro tiempo, es verdad, las cosas han cambiado, también es verdad, pero en lo esencial, en nuestro país, en muchos aspectos las cosas han cambiado para peor y ante ello, no es posible darle la espalda a la historia ni a nuestro futuro. Allende es historia y es futuro y la historia de hoy y de mañana, como lo afirmaba el propio Salvador Allende, siempre la escriben los pueblos y no los que se interponen en su camino.
Por ello es que nosotros, en la misma medida que somos intransigentes en la defensa de los derechos de los trabajadores, estamos dispuestos a buscar convergencias tras objetivos, como el término de la exclusión, que beneficien a la mayoría de los chilenos y en especial a los trabajadores, porque hoy los límites, las diferencias en las bases, son difusas y cada vez lo serán más, en la medida que la lucha y la unidad del pueblo haga más patente la necesidad de cambios profundos en nuestro país.
Algunos se preguntan dónde estaría Allende hoy día. Yo no quiero herir la susceptibilidad de nadie, pero estoy seguro que no estaría en la Concertación, pero tampoco estaría en el Juntos Podemos Más o en el Partido Comunista. Allende estaría en algún lugar construyendo un programa de unidad, estaría por cierto junto a las luchas de los trabajadores, de los estudiantes, de los profesores, de las mujeres. Sin duda estaría por la distribución gratuita de la píldora del día después. Estaría defendiendo nuestro cobre, luchando por los campesinos, por los pueblos originarios. Estaría en la búsqueda de mejores relaciones con los países hermanos, con Bolivia, Argentina, Venezuela, Cuba, Ecuador, Brasil, Uruguay, etc.; buscando solución a los problemas de los combustibles en esa fronteras.
Estaría profundamente preocupado por la salud y la educación. Estaría ni más ni menos que completando la obra del gobierno de la Unidad Popular que, por más que se ha querido borrar, sigue vigente y se nota porque si no fuera por la nacionalización del cobre o la reforma agraria, no tendríamos lo que hoy tenemos como país, pero que evidentemente hay que distribuir de forma racional en beneficio de las mayorías de nuestro pueblo.
Compañeras y compañeros, agradezco profundamente a quienes me han antecedido en la palabra. Hubiéramos querido que muchos más estuvieran presentes en esta tribuna. Saludo especialmente al compañero vicepresidente de la Central Unitaria de Trabajadores; saludo a la compañera Isabel Allende, presidenta de la Fundación Salvador Allende, fundación con la cual hemos trabajado de conjunto en Chile y con perspectiva internacional para que los cien años de Salvador Allende tengan la connotación que se merecen. Hemos dejado diferencias de lado y eso es posible cuando se trata de figuras como la de Salvador Allende. Y quiero agradecer a nuestro compañero Eusebio Leal y a través de él, y en especial a través del compañero Fidel Castro, yo quisiera saludar a todos los pueblos del mundo, a todos los que nos han entregado su solidaridad y a todos los que nos acompañan hoy día en Chile para enriquecernos con su presencia, con la solidaridad que siempre nos prestaron y que nosotros siempre decimos: algún día, o siempre –hoy y mañana- estaremos dispuestos a devolverles la mano.
Compañeras y compañeros: ¡Con Salvador Allende, con Neruda, con Víctor Jara, con Miguel Henríquez, con Carlos Lorca, con nuestra querida compañera Gladys Marín!, ¡Mil veces venceremos! ¡Viva Salvador Allende, Viva Chile, Viva la unidad de los pueblos latinoamericanos!
(*) Guillermo Teillier Presidente Partido Comunista de Chile