El acuerdo nuclear firmado en 2005 por el presidente norteamericano Bush y el primer ministro indio Manmohan Singh, (por el cual la India tendrá acceso a suministros y tecnología atómica estadounidense a cambio de someter su programa nuclear al control del Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA) se justificó, en Delhi, por la creciente necesidad de energía de la India, una de las grandes potencias emergentes del siglo XXI. Con una industria que crece de forma imparable, Delhi pretende abrir siete centrales nucleares antes de 2020, que se añadirán a las quince existentes, pero la India, que no ha suscrito el Tratado de No-proliferación nuclear, no dispone de uranio. Esa es una de las claves del acuerdo con Washington. Con ese pacto, Estados Unidos (que prevé participar en la venta de uranio a la India, para cuyo suministro el gobierno indio calcula que tendrá que invertir unos diez mil millones de dólares) mueve sus fichas, porque, además de conseguir el control parcial del programa nuclear indio, tiene claros objetivos estratégicos en Asia.
El pacto, que previamente debe ser aprobado por el OIEA, ha de ser suscrito por el Congreso norteamericano (donde se han levantado voces críticas por el aval implícito que supone a un país que no ha firmado la no-proliferación nuclear) antes de noviembre de este año, cuando concluye el mandato de Bush, y los plazos son muy ajustados. Por eso, el primer ministro Singh decidió, a riesgo de la estabilidad de su gobierno, forzar su aprobación en Delhi.
En octubre de 2007, Singh había paralizado, momentáneamente, el acuerdo con Washington mientras trataba de vencer la resistencia de sus aliados comunistas en el gobierno, al tiempo que negociaba con el OIEA. Singh creía que podría superar la oposición comunista, aunque era consciente de que los comunistas indios declararon desde el principio que no estaban dispuestos a seguir en el gobierno si éste aprobaba un acuerdo que, en su opinión, hipoteca la política exterior india y perfila una alianza con el principal país imperialista del mundo, “una potencia que aplica una agresiva política exterior”, como afirmó un dirigente comunista en el Parlamento. Es obvio que Singh calculó mal sus pasos.
Así, después de cuatro años de alianza gubernamental (en la llamada Alianza Unida por el Progreso, UPA, creada tras las elecciones de 2004 y dirigida por el Partido del Congreso de Sonia Gandhi), el Frente de Izquierda (compuesto por el Partido Comunista Marxista (CPI-M), el Partido Comunista (CPI), el Partido Socialista Revolucionario (SRP) y el Bloque FB) decidió la ruptura con el gobierno de Singh. Influyó también en su decisión, la insatisfacción del Frente de Izquierda por la reticente postura del primer ministro para dar satisfacción a las reivindicaciones populares, de las que los comunistas son portavoces en el Parlamento. La elevada inflación, por ejemplo, está afectando de forma grave a los salarios. Los comunistas consideran, además, que el acuerdo nuclear abrirá el paso a la colaboración militar y a conceder nuevas facilidades a Washington para que penetren en la industria, la educación y los recursos indios.
Bush se reunió con Singh en la reciente cumbre del G-8 en Japón, donde el primer ministro indio apostó por una nueva relación con Washington. En su dubitativa política interior y exterior, el Partido del Congreso de Sonia Gandhi y Manmohan Singh consigue un acuerdo en Washington, pero abre una etapa de inestabilidad que puede hacer caer el propio gobierno, aunque Singh confía en conseguir el apoyo de algunos pequeños partidos regionales y nacionalistas para recomponer su mayoría en el Parlamento.
Con el acuerdo, el gobierno de Singh espera resolver las necesidades energéticas de la India y ganar el favor de Washington en sus viejos litigios con Pakistán (debe recordarse que la tensión entre ambos países es tal que el gobierno indio ha acusado a los servicios secretos pakistaníes, el ISI, de organizar el atentado contra la embajada india en Kabul, en julio, que causó cincuenta y cuatro muertos). Por su parte, el gobierno norteamericano, que nunca vio con buenos ojos la alianza de Singh con los comunistas, consigue supervisar el programa nuclear civil indio y confía en atraer a Delhi a una postura de mayor dureza hacia Irán, así como en conseguir ventajas en la India aprovechando la ronda Doha sobre liberalización comercial, penetrar en el sistema educativo indio, y, sobre todo, poner las bases para conseguir una alianza con la India que sirva de contrapeso a China.